23/9/08

Polietileno: Los prolegómenos del apocalipsis argentino

Foto: Jorge Sáenz

Pasaron siete años: por intermedio de un amigo, un volumen de cuentos inéditos cayó en mis manos. Su autor necesitaba que alguien le realizara una revisión gramatical y el amigo en cuestión había tenido la peregrina idea de que yo podía ayudarle. Así leí, allá por el año 2001, un libro cuyo título era Polietileno. Nunca supe si el texto había llegado a la imprenta o no. Después conocí a su autor, compartimos algunas birras en un centro cultural luqueño y tiempo después desapareció tal y como había llegado.
Hoy, para sorpresa mía –pues me había olvidado ya que alguna vez leí el texto–, veo que el libro hace poco que circula en las librerías de Asunción. Al parecer su autor, Enrique Collar, ha decidido por fin publicarlo, aventurarse en el campo narrativo después de sus celebrados trabajos pictóricos y su incursión más o menos feliz en el territorio de la dirección cinematográfica con Miramenometokéi (2002).
Polietileno tiene el acertado subtítulo de “Crónicas de un kurepiguayo”. Tanto éste como el título dan cuenta, en planos que se complementan, del universo que quiere narrar Collar. Por un lado, polietileno es ese material de que están hechas las bolsas en las que cargamos las cosas que traemos del almacén. Pero también es ese despojo que se deja batir por el viento en esquinas inhóspitas de las ciudades latinoamericanas, un signo de cierto desaliento, de azar cotidiano y urbano. Por otro lado, las “Crónicas de un kurepiguayo” hablan de la subjetividad desde la que están contadas las historias: paraguayos emigrados a Buenos Aires, frecuentadores de bares oscuros e intemporales, nostálgicos incurables, linyeras y prostitutas.
Enrique Collar ha querido mostrarnos la crónica de la Argentina de los 90: en un cuento, el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas, ocurrido en 1997, pende sobre los personajes como una daga escondida; en otro cuento, un hombre que no llega a completar el importe para su pasaje en colectivo, observa una manifestación de empleados de un instituto científico a punto de ser privatizado.
En general, todos los personajes –ubicados en los escalones más bajos del injusto edificio social– sienten el golpe de la crisis económica en sus bolsillos. En realidad, son unos adelantados: son como esos animales que perciben, antes que cualquiera, la llegada de algún desastre natural. Es decir, estos paraguayos y argentinos que pueblan los cuentos de Collar se han dado cuenta, con varios años de anticipación, de lo que realmente son: la punta de lanza de la marginación creada por el proyecto Menem para la Argentina. Son el momento inmediatamente anterior al apocalipsis de diciembre del 2001 (tal vez, no recuerdo bien, los días por los que andaba leyendo los originales de este libro).
Si hubo una literatura paraguaya del exilio político en Buenos Aires durante varias décadas, hoy también podemos esperar una emergencia de una literatura del exilio económico en la gran ciudad.
En 1966, Roa Bastos publicó El baldío, tal vez el más logrado acercamiento a la realidad del exiliado paraguayo en la Argentina por aquellos años. Quizá Enrique Collar no logre eso, necesariamente, con Polietileno. Pero es indudable que, aun cuando hay relatos fallidos desde el armazón literario, ha logrado verter en sus páginas las más interesantes crónicas paraguayo-argentinas de los últimos tiempos.