A Ámbar Brítez y Javier Viveros.
Ella me entregó la punta del ovillo.
Él hizo de Sherlock Holmes en internet, muerto de risa.
Había terminado de comer un
asado a la parrilla en la casa de mis padres. Estaba exhausto, como si hubiera
sido yo el engullido por alguna clase de ser voraz, no sin antes haber luchado para
que no me tragara. Me tiré, rendido, en el suelo del corredor de mi casa,
ubicada detrás de la de mis progenitores, en Luque. Mi hija Ámbar, de cinco
años, estaba mirando “Monster High” en el ordenador. Desde donde estaba
acostado, en el piso, le grité: “¡Ámbar, vení un poco!”. Se acercó a mí. “¿Qué
te parece?: Traéme el libro que quieras, el que vos creas que ahora mismo tengo
que leer, de ahí de la biblioteca”, le dije. Nunca antes habíamos jugado a ese
juego, si acaso era uno. “¿Cualquiera?”, me preguntó. “Sí, cualquiera”,
contesté. Fue y, menos de un minuto después, regresó con uno en sus manos. “Tomá.
Borges”, me dijo, y volvió a mirar sus dibujos animados en la computadora. Ella
conoce bien a Borges, gracias a las fotos de Sara Facio que están en las tapas de
los muchos volúmenes de sus obras completas que Editorial Sudamericana editó
hace unos años. Tomé el libro, el primer tomo de los Textos cautivos que lleva el número 13 de la colección. Lo
abrí al azar y, casi inmediatamente, recibí la historia de un traductor
fatídico de Edgar Allan Poe al castellano. Yo, por lo menos doce, trece años
atrás, había leído todos los artículos agrupados en los Textos cautivos. Pero, evidentemente, la incógnita que hoy me
dejaba éste no había sido tal en aquella oportunidad. No había llamado mi
atención en la primera lectura, por aquel tiempo sistemática, de las obras del
escritor argentino. Inmediatamente, llamé a Javier Viveros por teléfono, mi asiduo
cómplice en este tipo de azares bibliográficos. Le conté lo que decía Borges,
con su ironía habitual, de aquel misterioso traductor cuyo nombre no mencionaba. Se rio, y yo mismo no pude parar
de reírme en todo lo que restó del día, luego de hurgar en internet y descubrir
para mí mismo –de la mano de Javier-
quién era ese traductor feraz de la poesía del autor de “Annabel Lee”. Aquí su
historia, o por lo menos cómo me fue revelada por quienes ya habían escrito
algo sobre él, no sin simpatía por sus avatares.
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Edgar Allan Poe |
El francés Pierre
Menard era, esencialmente, un devoto del más francés de los estadounidenses del
siglo XIX: Edgar Allan Poe. Era alguien que adoraba a quien muchos consideraban
–por el tiempo en que se desarrolla el relato “Pierre Menard, autor del Quijote”, de Jorge Luis Borges, a
fines de los años 30- “un poeta menor de la antología”. Antes que (moroso, extemporáneo)
“simple” autor del Quijote, era un frío
poeta simbolista como el precursor Poe. A éste Paul Valéry, un amigo de Menard
no librado tampoco de sus invectivas, lo llamó “la síntesis de los vértigos”: el
del clasicismo y el del romanticismo aunados.
(Como Poe, siendo
éste rigurosamente yanqui, Menard forma parte de la incierta estirpe cervantina
de los escritores franceses que venían de haber leído el Jacques el fatalista de Denis Diderot, y se habían dejado llevar,
si no por los procedimientos de la novela, sí por las locuras especulares de
Alonso Quijano cuando Alonso Quijano era solo un loco bidimensional y regional
para el resto de la literatura mundial. Hasta la aparición, por supuesto, del
Borges lector heterodoxo del Quijote,
que es como decir del Menard lector heterodoxo del Quijote. No en
vano una cita del Jacques el fatalista
encabeza el largo relato “afrancesado” de Borges, “El
Congreso”. Allí escribe, con su acostumbrada ironía: “En aquel tiempo no
había un solo argentino cuya Utopía no fuera la ciudad de París. Quizá el más
impaciente de nosotros era Fermín Eguren: lo seguía Fernández Irala, por
razones harto distintas. Para el poeta de Los
mármoles, París era Verlaine y Leconte de Lisle; para Eguren, una
continuación mejorada de la calle Junín”. Además, la ausencia del nombre del
enciclopedista en el heterogéneo examen de las fuentes de la obra de Menard es
más, tratándose de Borges, una ardua marca provista por el silencio locuaz
antes que por la obvia enunciación).
El Menard de
Borges creía que, más aun que los tres pasajes del Quijote que había “reescrito” y que formaban parte de su más
meritoria “obra invisible”, algún vago verso solitario de Poe era fundamental
para el equilibro del mundo y todavía para su propia comprensión. Uno de esos
versos es:
“Ah,
bear in mind this garden was enchanted!”
Pertenece al
poema “To
Helen” (“A Elena”), escrito en 1848, dedicado a la mujer que Poe conoció
tres años antes: Sarah Helena Whitman. El relato “Pierre Menard, autor del Quijote”, escrito en 1939 y considerado
uno de los primeros cuentos “literarios” de Borges, no es el primer texto suyo
que incluye una reflexión sobre la poesía de Edgar Allan Poe. Se puede rastrear
la primera referencia a ese verso hasta llegar a dos años antes de la escritura
del cuento, que es de 1939. Entre 1936 y 1940, Borges publicó reseñas
bibliográficas, biografías sintéticas y brevísimos comentarios “de la vida literaria”
en una revista orientada más bien a señoras de clase media alta, sin demasiadas
expectativas literarias: El Hogar.
Los escritos fueron reunidos por primera vez en 1986 por Emir Rodríguez Monegal
y Enrique Sacerio-Garí bajo el título de Textos
cautivos.
Por el tiempo en
que redactó la historia de Pierre Menard, la dedicación de Borges al periodismo
literario era casi completa y exclusiva. Vivía de leer y escribir sobre lo que
leía. Por ello, quizá, el relato está escrito como una mezcla de lo que
publicaba en la prensa por esos días: una amalgama entre biografía y reseña
libresca que ya se había vislumbrado en “El
acercamiento a Almotásim”, escrito en 1935 y que pasaría a formar parte del
conjunto de ensayos (aunque se trataba de un relato, pasa perfectamente por
uno) Historia de la eternidad,
publicado un año después. (Borges insistiría en esa línea harto innovadora con
relatos como “Examen de
la obra de Herbert Quain”, que formaría parte de Ficciones (1944), junto “Pierre Menard, autor del Quijote”).
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Jorge Luis Borges |
Borges se burla del extraño traductor de Poe
El 2 de abril de
1937, junto con una semblanza de Eden Phillpots y una reseña de L'homme qui s'est retrouvé, de Henri
Duvernois, publicó un comentario sobre la biografía Edgar Allan Poe, escrita por el británico Edward Shanks. (Es de
notar la variedad de sus lecturas: la primera es una obra que Borges prácticamente
“descubrió”, publicada un año antes y que no fue traducida al castellano hasta
2008; la segunda vio la imprenta el mismo 1937, y hasta donde sé no existe
versión castellana). El comentario del libro de Shanks le sirve a Borges para,
más que discutir el libro, dejar por sentadas algunas de sus ideas en torno a
Poe. Dice, entre otras cosas, que los traductores, por mediocres que sean, le
hacen “el favor” a la prosa del autor del “Manuscrito hallado en una botella”. Y sobre su poesía, no es más indulgente: “De
lo demás apenas perdurará alguna estrofa, o alguna línea suelta”, dice
sorprendentemente. Cita el consabido verso dedicado al jardín encantado de
Helena. Y agrega otro verso,
según él, memorable:
“And
the red winds are withering in the sky”.
Es del poema “Al Aaraaf” (1829), uno
de los primeros que escribió Poe. Borges, en su comentario, luego de citar el
verso, abre un paréntesis que es el que motiva este texto que pergeño. Dice:
“Recuerdo que la última [línea] –cuyo
sentido literal viene a ser: ‘Y se marchitan en el cielo los vientos rojos”
–fue ‘traducida’ al español por un acreditado intérprete de esta plaza. He aquí
el facsímil que ofreció a nuestro público: ‘¡Ya no brama en la esfera el
hórrido Aquilón!”
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Tapa del libro firmado por Soto y Calvo. |
Es visible la
burla sutil, pero no por ello menos violenta, de Borges dirigida a alguien
innominado. ¿Quién era ese traductor “facsimilar”, según el adjetivo irónico de
Borges? Se trata de un poeta llamado Francisco Soto y Calvo. Nacido en 1860,
era estanciero –según las diferentes semblanzas biográficas que se pueden
consultar en la web, en donde siempre se insiste en su condición terrateniente-
y publicó sin demasiado eco poemas de extracción propia, así como traducciones
de poetas clásicos y contemporáneos de diversas lenguas: francés, inglés,
italiano, portugués. Entre ellos, publicó un Joyario de Poe (1927). Es ese el volumen que, casi con seguridad, Borges
tenía a la vista cuando citaba la traducción en su reseña de abril de 1937.
En el libro El humor de Borges (Ediciones de La
Urraca, 1991), de Roberto Alifano, el autor de El hacedor se puede encontrar otro comentario, mucho más amplio y
más reciente, acerca del trabajo de Soto y Calvo. Dice Borges:
“Involuntariamente, su obra de
traductor está llena de disparates y no se la puede ver en otra forma que no
sea la del humor. Era el único traductor que traducía del idioma inglés sin
conocer inglés, conociendo solamente el idioma castellano. Un caso curioso,
¿no? Soto y Calvo partía de la teoría de que había que traducir palabras, en el
mismo orden y con el mismo número de sílabas. Yo le señalé, alguna vez, que
esto era imposible. Por lo pronto, las mismas palabras, en el mismo orden, ya
presupone una sintaxis similar en los idiomas. En inglés, en alemán o en
francés se debe anteponer el sujeto al verbo: en cambio, en castellano no. Por
ejemplo, si yo digo ‘llegó un jinete’, ‘un jinete llegó’, es lo mismo; pero en
otro idioma no se puede empezar por el verbo. Esto, obviamente, no le importaba
para nada a Soto y Calvo. Él sostenía, convencido, que con su sistema se podía
traducir correctamente”.
La primera escaramuza entre Borges y Soto y Calvo
Pero aquel artículo
de 1937 (cuando ya Soto y Calvo llevaba un año muerto), no era el primero en el
que Borges mencionaba en la prensa al traductor. El traductor, que ya
tenía 68 años, publicó a mediados de la década del veinte una serie de títulos paródicos en evidente alusión a
algunos libros colectivos en los que Borges había participado como poeta relacionado a
las vanguardias literarias y a la nueva poesía argentina. No contento con ello,
en cada uno de los libros que publicó entre 1926 y 1927 dedicó un poema al
objeto de su desafecto, en composiciones siempre tituladas “Jorge Luis Borges”.
Escribió, por ejemplo, en uno, adoptando formas verbales modernas en tono
caricaturesco:
“Quizá
este extraño gato de arrabales
Que
mayidos buscó sensacionales,
Errado
se imagina
Que
el GENIO pégase con la gomina”.
Aunque no parezca
algo típico del Borges que conocemos, éste respondió a los ataques del hombre
en una reseña furibunda que hizo del Índice
y fe de ratas de la nueva poesía americana de Soto y Calvo, en la revista Síntesis, en setiembre de 1927 (Textos recobrados 1919-1929, Emecé 1997, pág. 316). Por
supuesto, lo aplastó:
“Francisco Soto y Calvo —que no alcanzan
entre los tres a uno solo— acaba de simular otro libro, no menos inédito que
los treinta ya seudopublicados por él y que los cincuenta y siete que anuncia.
No exagero: el nunca usado Soto es peligroso detentador de un cajón vacío, en
el que cincuenta y siete libros inéditos nos amagan. Todos los géneros
literarios, desde el ripio servicial hasta el plagio fiel y erudito, han sido
cometidos por este reincidente sin fin”.
Muchos de los
comentaristas de esta enemistad intelectual entre Borges y Soto y Calvo citan
que aquél solía referirse a éste en los
dichos términos de que no suman uno solo su nombre y su apellido compuesto. La
prueba escrita aportada por Sorrentino es concluyente a este respecto: Borges se
refirió a él de esa manera, aunque parece ser que también solía usar la misma
fórmula para Marcelino Menéndez y Pelayo y José Ortega y Gasset.
Sin embargo, el trabajo literario de Soto y Calvo al parecer generaba la suficiente polémica en los círculos literarios argentinos como para que un año después de la reseña de Borges la revista rosarina La Gaceta del Sur orquestara una encuesta denominada "Cocktail Soto y Calvo", en donde "convocó a la plana joven de los poetas favorecidos por Soto y Calvo [esto es, citados irónicamente por éste en sus versos], solicitando una opinión escrita sobre su empecinado consonanteador", al que calificaban de "fenómeno". Borges fue uno de los que respondió, no sin tirria contra su "enemigo" y la propia voluntad cizañera de la publicación:
“Me falta la vocación de Juicio Final. Su encuesta, amigos míos, es una no disimulada incitación a los epigramas, quiero decir a los denuestros de carácter atolondrado, aunque de memorable dicción; quiero decir una coalición de silbidos. Así no juego. Responderé con impertinente gravedad. De fenómeno (salvo en la general acepción kantiana de esa palabra) no tiene nada Don Francisco: es de lo más normal y hacendoso que se puede dar. De las bibliotecas continuas que mana incesantemente su pluma, sólo he frecuentado un par de tomos: saludo que si bien no entusiasmó mi curiosidad tampoco puede ser fundamento de un juicio entero.
Arriesgo, sin embargo: Esa su misma intimidad, aunque estéril en productos de belleza, con la literatura, ¿no es acaso merecedora de toda simpatía, de parte de quienes adolecemos del mismo bien?”. (Textos recobrados 1919-1929, Emecé 1997, págs. 394-395)
Sin embargo, el trabajo literario de Soto y Calvo al parecer generaba la suficiente polémica en los círculos literarios argentinos como para que un año después de la reseña de Borges la revista rosarina La Gaceta del Sur orquestara una encuesta denominada "Cocktail Soto y Calvo", en donde "convocó a la plana joven de los poetas favorecidos por Soto y Calvo [esto es, citados irónicamente por éste en sus versos], solicitando una opinión escrita sobre su empecinado consonanteador", al que calificaban de "fenómeno". Borges fue uno de los que respondió, no sin tirria contra su "enemigo" y la propia voluntad cizañera de la publicación:
“Me falta la vocación de Juicio Final. Su encuesta, amigos míos, es una no disimulada incitación a los epigramas, quiero decir a los denuestros de carácter atolondrado, aunque de memorable dicción; quiero decir una coalición de silbidos. Así no juego. Responderé con impertinente gravedad. De fenómeno (salvo en la general acepción kantiana de esa palabra) no tiene nada Don Francisco: es de lo más normal y hacendoso que se puede dar. De las bibliotecas continuas que mana incesantemente su pluma, sólo he frecuentado un par de tomos: saludo que si bien no entusiasmó mi curiosidad tampoco puede ser fundamento de un juicio entero.
Arriesgo, sin embargo: Esa su misma intimidad, aunque estéril en productos de belleza, con la literatura, ¿no es acaso merecedora de toda simpatía, de parte de quienes adolecemos del mismo bien?”. (Textos recobrados 1919-1929, Emecé 1997, págs. 394-395)
Según contó el mismo Borges en varias oportunidades, mucho después de las reseñas suyas ya citadas, el autor de Los poetas maullantinos [sic] en el arca de Noé, le solía leer sus traducciones en jornadas que podemos imaginar soporíferas para el ciego, si no fueran inverosímiles luego de aquellos cruces de 1927, precisamente el año de la publicación de las traducciones de Poe. Aun así, haciendo el ejercicio de creerle a un infatuado inventor, una de las traducciones leídas fue la del citado “Al Aaaraaf”. Allí estaba, por supuesto, el imposible: “Ya no brama en la esfera el hórrido Aquilón”. Borges, según le contó a Alifano, en aquella ocasión le hizo notar al hombre que las suyas “no eran las mismas palabras, en el mismo orden y con el mismo número de sílabas” que el original, según mandaba su vociferada preceptiva traductora. Y Soto y Calvo le respondió: “Yo esperaba algo mejor de usted, Borges; el águila vuela muy alto”. El águila era Soto y Calvo, naturalmente.
No hay dudas de
que el hombre se tenía en muy alta estima, todavía más teniendo en cuenta que
solía ser víctima de las más variadas diatribas de escritores, en los cenáculos
literarios y en los medios de prensa. El escritor argentino Fernando Sorrentino es uno de los que más aportó en datos acerca de las relaciones entre el autor de El Aleph y el traductor. En el “El
ilimitado don Francisco Soto y Calvo” (2001), y en otros artículos publicados en la Revista de Traducción El Trujamán del Centro Cervantes Virtual, podemos ver que el traductor consideraba
su propio trabajo como un aporte decisivo a la teoría y la práctica de la
traducción. Cita Sorrentino lo que el propio Soto y Calvo escribió en la
revista argentina Nosotros a fines de
1930 (un año después de la muerte del escritor paraguayo Eloy Fariña Núñez, dicho
sea de paso, quien formó parte del directorio de la publicación hasta su
fallecimiento, por lo que no hay por qué no suponer que conoció al estanciero
poeta):
“Conozco suficientemente varios de los
idiomas de que traduzco: confuto y comparo textos con una paciencia heroica, y
es pasmosa, por lo fácil y ágil, mi comprensión y mi plasmación de la belleza
que discierno; además, mi resistencia para el trabajo no es ya de nuestros
días, y el placer con que la gozo es casi una especie de enfermedad deliciosa…”
La palabra
“varios” delata certeramente a Soto y Calvo: no conocía todas las lenguas que
traducía. Sus enemigos decían, no sin impiedad, que no conocía ninguna, incluso
las más afines al castellano, como la portuguesa.
Sorrentino
también escribió, en dos entregas, un artiículo titulado “El
plagio fiel y erudito” (en directa referencia a la descripción que Borges
hizo acerca de su labor). El artículo reflexiona sobre la traducción que de “The raven”
hizo el responsable de Joyario de Poe.
Por lo visto, el escritor tenía a la vista un ejemplar de ese libro de 1927,
pues cita el prefacio escrito por Soto y
Calvo, además de su versión del célebre poema. En las palabras preliminares,
llega a decir, sin rubor alguno:
“Pretendo, sí, no imprimir traducción que no
sea mejor que todas las que conozco. Esto es una invitación, para que se me
pruebe lo contrario: lo que sería en bien de todos; pues, mi error probado,
tendría yo que hacer de nuevo la obra, y ensayaría vencer”.
Además, el prolífico traductor daba a publicidad poemas de su autoría,
como los citados por la escritora May Lorenzo Alcalá en su artículo “El contra-antólogo de la
vanguardia argentina: Francisco Soto y Calvo”, publicada en la revista El Catoblepas en 2008. Es palmaria la
intención burlesca de sus versos, y de ahí viene el benévolo rol que Lorenzo
Alcalá le asigna en el título de su trabajo. Estos versos, por ejemplo, son de
1925:
“El Error no destierra
nada
en la incierta tierra
que
el Juicio en sabia guerra
No
intente restaurar”.
Y estos de 1931:
“A
pie y en traje somero
Pues
del zambullo es la época.
Va
la tanta de bañistas
Hacia
el ‘Puerto de las Piedras’”.
Lorenzo Alcalá (fallecida
en 2011) fue, junto a Sorrentino, quien más ha investigado acerca de la vida y
de la obra de Soto y Calvo, aunque este último parece haberse centrado en su affaire con Borges, y a aquélla le haya
interesado todos los aspectos de su vida intelectual. (Existe un libro, escrito
por Claudio Miguel Ángel Rodríguez, El esplendor
perdido, Editorial Dunken, 2012, sobre la relación de Soto y Calvo con
su esposa, la pintora María Obligado. Ignoro qué puede aportar dicho volumen
sobre el trabajo de traductor de nuestro hombre). Fue Lorenzo Alcalá quien,
medio siglo después de recibidas, abrió y ayudó a la catalogación de lo que
había en las cajas del legado intelectual del malhadado traductor y poeta, las
que los familiares donaron a la Biblioteca Nacional de Argentina, y que nadie
se dignó siquiera en revisar desde fines de la década del 30. Hoy ese archivo
forma parte del Fondo que lleva su nombre y el inventario de lo que dejó se
puede consultar en el sitio
web de la institución argentina.
![]() |
Alejandro Guanes |
Conexión paraguaya: Alejandro Guanes y Poe
Casi cincuenta
años después del artículo de Borges en El
Hogar, en 1984, la psicoanalista y escritora paraguaya Mara Vacchetta
Boggino logró entrevistar en Buenos Aires al autor de El Aleph. El 2 de diciembre de 2012, en el Suplemento Cultural del diario Abc
Color de Asunción, Vacchetta publicó aquella
entrevista (no se consigna en la misma sim entera o parcialmente fue
publicada antes). Ella se proponía, según cuenta, leerle poesía paraguaya al
escritor –asesorada por el crítico literario paraguayo, residente en la capital
argentina, Edgar Valdés- y captar sus opiniones al respecto. Así lo hizo. El
último poema leído fue “Las
leyendas”, de Alejandro Guanes. Borges, por supuesto, automáticamente captó
la estirpe de aquella música que el autor de De paso por la vida había escrito en 1909: “¡Qué bello! Me recuerda
a Poe”, le dijo a Vacchetta en aquella oportunidad. Borges, obviamente, había
dado en la tecla: la influencia del poeta estadounidense era patente,
indisimulable. Su poema estaba escrito a la manera de “Ulalume”, con una
semejanza musical, las mismas imágenes lóbregas, la misma atmósfera. Y eso no
era casualidad: Guanes había traducido ese mismo poema. Al igual que Soto y
Calvo, era traductor de Poe. Borges, en la entrevista, recuerda otra vez el
caso del verso de “Al Aaraaf”, como lo había hecho en su conversación con
Roberto Alifano. Al parecer, era un recuerdo recurrente en él en aquel tiempo,
ya que en una entrevista publicada en el diario Clarín el 19 de junio de 1986 (cinco días después de su muerte),
pero realizada por el escritor Ricardo Kunis en 1983, hizo alusión a la misma
anécdota que le contó a Alifano y Vacchetta. Con esta última, sin embargo, tuvo
una feliz variación de lo que acostumbraba a contar: “La verdad es que era todo
horrible: ‘esfera’, ‘brama’, ‘hórrido’, en fin, ¡todo! Solamente se salvan el
‘ya’, el ‘no’, el ‘en’ y el ‘la’”, le dijo a la escritora paraguaya mientras se
reía.
El 29 de junio de
2012, el director de la revista Ñ,
del diario Clarín, Jorge Aulicino, agregó un episodio más a la saga traductora
de Francisco Soto y Calvo, cuya labor –huelga decirlo- es muy difícil consultar
en su totalidad al no haber reediciones de su trabajo. Le acercaron a Aulicino
la traducción que éste había hecho de nada menos que… ¡la Divina Comedia, de Dante Alighieri! Publicada en 1940, esa
traducción era prácticamente desconocida. Pero un ejemplar de aquella edición
anotada por Luis Berutti en 1941, un respetado traductor del Infierno, permitió que Aulicino –el
último argentino que vertió al castellano la obra, tras la estela ilustre
dejada por Bartolomé Mitre, el mismo al que Augusto Roa Bastos le dedica su
magistral relato “Frente al frente argentino”- comentara los desatinos de Soto
y Calvo en su artículo En
todo, el diablo mete la cola, al que le agregó luego una “Nota
bene” para el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires.
Entre los muchos ejemplos posibles, nada más paradigmático del estilo de
traducir de Soto y Calvo que lo que hizo con el que es tal vez el único verso
inmodificable de los miles de endecasílabos de Dante, precisamente por
intraducible, por enigmáticamente neológico: el “Pappé
Satán, pappé Santán, aleppe”, del Canto VII del Infierno. A diferencia de soluciones alternativas, como la de
Ángel Crespo (quien encabalgó el verso, pero no lo mutiló), Soto y Calvo obvió
directamente la repetición de la célebre interjección dantesca, y lo dejó en un
desabrido: “¡Pape Satán! ¡Aleppe!”. Aun así, es lo más cercano a la lucidez
traductora a que pudo llegar su versión, según se puede colegir de la exégesis
de Aulicino. Eso sin contar, por supuesto, el festín de sinsentidos semánticos
que se dio el hombre, introduciendo al mismo Diablo (literalmente) en donde no
existía ninguna alusión a él en los versos originales de Dante. “Esto es
atroz”, anotó Beruti, al margen de aquella edición rescatada en una librería de
viejo de Buenos Aires. Es más que seguro que Borges hubiera secundado ese
juicio.
La compilación de
estas páginas estuvo insuflada por el curioso aliento de reunir todo lo que a
mi mano estuviera disponible en internet acerca de un personaje cuya existencia
fantasmal –lo repito: por lo menos para mí- me fue impuesta durante una pesada siesta
de domingo. No hay dudas de que aquel aliento tenue generado por mi hija Ámbar,
y azuzado por la pesquisa conjunta con Javier Viveros, terminó siendo para mí
el soplo de un “hórrido Aquilón” de una, por fin, saciada curiosidad.
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