5/6/12

Las firmas (1)

Sí. Me gustan los libros firmados por sus autores o autoras. Soy fetichista literario. Es que cada libro cuenta una historia. Además, cada libro tiene una historia particular con uno mismo. Y las firmas de sus autores también tienen sus historias. Por eso, comienzo, también ahora, una serie de entradas con las historias de algunas firmas conocidas y otras no tanto que recogí a lo largo de estos años. 

El primer libro y la primera firma de los que hablaré tienen una anécdota bastante rara. La firma es de Augusto Roa Bastos, pero el libro no es de él, y tampoco, aún cuando el volumen me pertenece, la rúbrica está dedicada a mí. Corría el año 2002, 2003, no recuerdo bien. Fuimos Milady Giménez, Rolando Franco y yo, amigos y en ese entonces compañeros de facultad, a la presentación de no sé qué compilación de textos de Roa. El escritor estaba allí, y todo el mundo le pedía su firma. Yo también, por supuesto, quería hacerlo, pero no me animaba por lo menos a acercarme a él. Entonces, como ni siquiera habíamos comprado el libro recientemente presentado, Rolando me sacó de la mano el que yo estaba leyendo en ese entonces, Palmeras salvajes de William Faulkner, y enfiló decidido hacia el autor de Yo el Supremo, que se encontraba sentado unos metros más allá. Rolando se agachó un poco para presentarse, y le pidió que estampara su firma en esa célebre novela traducida por Borges. Roa Bastos lo miró sorprendido a Rolando y le dijo, un tanto nostálgico:

-Faulkner... Fue uno de mis grandes maestros.

Luego calló, le preguntó su nombre a mi amigo y le estampó la siguiente firma en la portada del libro:
Ni aún así, con una mezquindad cobarde y miserable, le regalé el libro a Rolando, y está hasta hoy en mi biblioteca.