20/9/13

Borges y los años fervorosos

Borges tenía 15 años cuando viajó por primera vez a Europa. Y no era cualquier Europa: en 1914, el continente se preparaba para una guerra cuya ferocidad y alcance territorial no tenían precedentes. Luego de pasar por París -que no le agradó, "al contrario de lo que les sucede a la mayoría de los argentinos", según él mismo escribió-, su familia llegó para quedarse en Ginebra, una ciudad que el escritor confesaría tiempo después conocía "todavía mejor que Buenos Aires".
En Suiza descubriría la obra de Whitman, uno de sus héroes de juventud. Pero, sobre todo, el acercamiento al expresionismo alemán es el que definiría el contorno y la esencia de la poesía que publicaría en su primer libro, Fervor de Buenos Aires. Aun así, seguía escribiendo poemas a la manera de Wordsworth y de los simbolistas franceses.
Luego de terminada la Gran Guerra, tras un año en Lugano, la familia de Borges se trasladó a la isla de Mallorca, en España. A principios de 1920, el escritor estaba en Sevilla, ciudad donde publicó su primer poema, "Himno del mar", un canto de inocultable acento whitmaniano.
El viaje a Madrid sería definitivo para el Borges de Fervor: allí conocería a su primer y verdadero maestro, Rafael Cansinos Assens, notable polígrafo, traductor de la, probablemente hasta hoy, mejor versión en castellano de las obras completas de Fiodor Dostoievski. Alrededor de Cansinos, en el Café Colonial sevillano, se reunía un cenáculo de poetas, entre los que resaltaba Guillermo de Torre (luego cuñado de Borges) y Ramón Gómez de la Serna (con los años, exiliado en la capital argentina). En Sevilla, Borges escribió sus dos primeros libros: Los naipes del tahúr y Los ritmos rojos (también titulado Los salmos rojos), que nunca publicó, pero cuyos poemas se pueden consultar en el libro Textos recobrados (1919-1929), el primero de tres volúmenes que recoge escritos inéditos y versiones de obras de Borges hasta 1986.
Con Cansinos y compañía, Borges practicó lo que el primero había bautizado "ultraísmo", una corriente de vanguardia que ponía énfasis expresivo en las imágenes poéticas, algunas de las cuales no abandonarían más al argentino durante el resto de su obra, como la hipálage y el oxímoron.
El Borges que regresó a Buenos Aires en 1921 era uno convencido de sus propias herramientas estilísticas (todavía juveniles, por supuesto): logró que el ultraísmo cruzara el Océano Atlántico, convirtiendo a la "secta" a otros poetas argentinos. Fundó dos revistas de vanguardia, Prisma, antes de Fervor, y Proa, luego de él. Pero le faltaba cierta materia en la que debía encarnar su expresión. Y esa materia no podía ser otra que la Buenos Aires recobrada, mirada con una nostalgia finisecular y metafísica. Aun cuando el propio Borges luego negó que el ultraísmo tuviera que ver ya con Fervor de Buenos Aires, es evidente que, como se puede ver en los citados Textos recobrados, su escritura más radicalmente ultraísta del periodo español no cambió mucho con respecto a la poesía que escribió en los dos primeros años del regreso a Argentina. En todo caso, aquellos elementos y temas que no eran ultraístas serían los que caracterizarían a la poesía posterior -luego de otros dos libros en la misma línea más afín a su tiempo experimental, Cuaderno San Martín y Luna de enfrente-, la escrita luego de su ceguera total, cercano a cierto clasicismo aggiornado, particularmente borgiano.
Borges demostró con el poemario que cumple noventa años un doble fervor, típico de su tiempo: el fervor del lenguaje exigente de registros que lo alejaran de la poesía precedente -en el caso de la Argentina y América Latina, la del moribundo modernismo-, y el fervor por la ciudad, para Borges no tanto contemporánea y feroz, sino más el de su infancia de la puerta cancel y el aljibe.