22/12/13

David Thomson: la invención del antes y el después como homenaje al cine


Mi querida amiga Sarah Zevaco me regaló varios libros a lo largo de estos años, todos ellos primordiales para mí en cuanto obras originales y decisivas. Uno de ellos es Sospechosos, del crítico de cine estadounidense David Thomson. 

¿Qué es Sospechosos? Es, probablemente, la novela más cinéfila que se haya escrito, un homenaje alucinante al cine negro de Hollywood como acaso no se pueda escribir más desde que murió Guillermo Cabrera Infante. Thomson (¿simplemente?) toma personajes de películas del "film noir" (de los clásicos y de los que rozan apenas el género) y les dota de una biografía antes, durante y después de su paso por el mundo de la ficción cinematográfica. Pero no solo eso: relaciona las vidas de, por ejemplo, personajes de Casablanca, El largo adiós, El Padrino, Lolita, Taxi driver, entre muchas otras. 



Tenemos así, por ejemplo, y en la precisa mitad del libro, la biografía de Jack Torrance, el escritor de la novela de Stephen King, interpretado por un demente Jack Nicholson en El resplandor, la película de Stanley Kubrick. No es casual que esa breve biopic novelesca de Torrance ocupe el exacto punto medio de Sospechosos: Thomson explica que aquél era un cinéfilo incurable, obsesivo. "Todas y cada una de las noches de su vida las pasó en el cine. Luego se iba directo a su casa y seguía viendo películas por televisión, hasta que, aburrido por sus trillados argumentos, se dejaba vencer por el sueño", cuenta Thomson de Torrance. Y cuando llega el momento de ocupar con su familia aquel hotel de pesadilla rodeado de la nieve cuyo blancor insoportable ya había prefigurado Edgar Allan Poe (un "noir" precursor al estilo racionalista francés, siendo norteamericano), Torrance escribe una novela cuyo argumento le resultará absolutamente familiar al lector: "¿Qué escribía durante tantas y tantas horas, en aquellas habitaciones desiertas, bañadas por el sol, donde las maderas crujían y la claridad exterior de la nieve se alzaba como una marca contra el cristal? Todos aquellos años de solitaria cinefilia, pasatiempo que había empalidecido su rostro de por vida, degeneraron en una extensa novela llena de desolación (si bien disfrazada como obra de ensayo) que tenía como protagonistas a los personajes de aquellas películas y dilataba sus días más allá del ámbito de la ficción cinematográfica" (las cursivas son mías). 

Es decir, el personaje de Nicholson en la célebre película de Kubrick escribe la misma novela que David Thomson escribe y nos la está contando. Y aquí también el crítico-novelista realiza el mismo procedimiento que se puede encontrar en Las mil y una noches, el mismo que Borges tan bien había acertado en identificar como una de esas "magias parciales" de que está dotada cierta literatura. Explica el autor de Ficciones: "La necesidad de completar mil y una secciones obligó a los copistas de la obra a interpolaciones de todas clases. Ninguna tan perturbadora como la de la noche DCII, mágica entre las noches. En esa noche, el rey oye de boca de la reina su propia historia. Oye el principio de la historia, que abarca a todas las demás, y también —de monstruoso modo—, a sí misma. ¿Intuye claramente el lector la vasta posibilidad de esa interpolación, el curioso peligro? Que la reina persista y el inmóvil rey oirá para siempre la trunca historia de Las Mil y Una Noches, ahora infinita y circular". El lector de Sospechosos puede intuir la macabra posibilidad de que lo que Torrance escribe es la novela en donde Torrance escribe la novela en donde Torrance escribe la novela en donde Torrance escribe... La originalidad perversa de la apuesta de Thomson es que Torrance es un personaje de ficción de otra novela y de otra película que escribe sobre personajes de ficción de otra novela y de otra película...


Lo que Jack Nicholson redacta en aquel salón atosigante es "Un libro disparatado, insólito, pero no fruto de su invención", según lo declara el misterioso narrador de Sospechosos (cuya identidad el lector develará al final del volumen). Con lo que queda dicho que, en ese juego de espejos interminables, el libro que Thomson nos entrega no forma parte de su propia creatividad sino de las generosidades de la historia del cine. Algo discutible: Thomson parece haber inventado, en los tiempos en que los autores y los libros apócrifos merecen biografías arbitrarias -con Marcel Schwob como precursor y el propio Borges y Roberto Bolaño como sacerdotes contemporáneos de la iglesia de lo apócrifo-, una novela en que los personajes de películas tienen la oportunidad de vivir un antes y un después de la fugacidad estatuaria que le sopló el cine como aliento de vida. Y esa invención, hasta donde sé, no es algo baladí cuando ya todo ha sido inventado. Incluso la literatura y el cine.