24/12/08

Kazuo Ishiguro, Los restos del día y la "moral burguesa"


Tal vez sea hoy día poca la asiduidad con que la expresión "moral burguesa" se meta en los vericuetos del habla común. Por lo menos yo, hace mucho no pensaba más en esos términos, a veces desprovistos de espesor y tributarios de una vana retórica, aunque describa una realidad palpable. Hace mucho... hasta que cayó en mis manos Los restos del día, la novela de Kazuo Ishiguro. Aún no he sobrepasado las 100 páginas, pero no resisto la tentación de escribir algo sobre lo que me llamó la atención fuertemente.
Ese algo es la manera en que el escritor inglés, de origen japonés, ubica en el narrador un discurso que refleja con una pavorosa fidelidad esa "moral burguesa" a la que estábamos acostumbrados, sobretodo en las sociedades del primer mundo y en la primera mitad del siglo XX.
El narrador en cuestión es un mayordomo que llevaba años trabajando para un patrón inglés, hasta que lo suplantó un patrón norteamericano en tierras inglesas. La cuestión es que Mr. Stevens, tal es el nombre del mayordomo, se lanza a la defensa de lo que una exclusiva sociedad de mayordomos considera que significa "mantener la dignidad propia de la profesión". ¿En qué consiste esa "dignidad"?, se pregunta Mr. Stevens y lo hacemos nosotros mismos. El responde contando tres historias relacionadas a su padre, que también había sido mayordomo. De esas tres historias, una es a todas luces la más importante, la que cuenta que el padre había tenido un hermano que murió en la guerra de Sudáfrica a principios de siglo, a raíz de una negligente actuación del general a cuyo mando estaba el hermano en cuestión. Un consejo de guerra hizo un simulacro de juicio, en donde el acusado general resultó absuelto por sus pares. Toda la vida la familia del padre de Mr. Stevens vivió edificando su odio contra el general. Y un buen día, en la casa en la que trabajaba el padre, uno de los pocos invitados a una fiesta de varios días resultó ser el ya retirado general. Este no contaba con ayuda de cámara, así que el propio padre-mayordomo fue el encargado de atenderlo personalmente, soportando todo tipo de referencias heroicas a sus actuaciones bélicas. La cosa es que el hombre jamás demostró su inquina ni mucho menos contra el responsable directo de la muerte de su hermano. La fiesta terminó y el mayordomo tuvo que tragarse toda su rabia. Es esto lo que su hijo -el narrador de Los restos del día- considera es ""mantener la dignidad propia de la profesión". Es decir -y en esto Ishiguro procede con maestría-, apropiarse "escenográficamente" de la "moral burguesa", de la moral de tus patrones para no interrumpir la calma de dicha moral. Aquí pueden venir en nuestra ayuda un edulcorado pensador (por sus "exégetas", por supuesto), Hegel: El Esclavo se reconoce como tal en el Amo, porque la misma moral del Amo no acepta la posibilidad de que sea otra cosa que no sea esclavo, y éste a su vez no ve en el Amo otra cosa que no sea amo. Parece simple, fácil y contundente lo que descubrió Hegel, filosóficamente hablando, hace más de dos siglos. Pero, justamente, la "moral burguesa" prefiere olvidarlo o, es más, decir que es una lectura "antinatural" de la realidad. Así desde que el primer mayordomo-esclavo solo amenazó con descubrir la secreta trama que encarna. Ahí ya viene Nietzsche, por supuesto, y Marx, cómo no, y eso sí que es peligroso para los muchos patrones que en el mundo son y reveladores para los otros tantos Mr. Stevens que por ahí andan, a punto de descubrir que, verdaderamente, "mantener la dignidad propia de la profesión" es, como mínimo, un tortazo en la cara del general. Más que eso ya sería la revolución, por supuesto.