Foto: Última Hora |
No frecuenté mucho a Tomás Palau. No sé si era un hombre solitario, pero a mí me gustaba imaginarlo, sin temor al lugar común, bajo esa imagen del intelectual que lee y escribe en soledad, por momentos solo molestado por el vuelo fugaz de una polilla entre libros y papeles, envuelto en el humo infausto de su cigarrillo. Sé que Tomás, en todo caso, no encarnaba solo esa idea romántica de intelectual. Sé que viajó durante años cientos de kilómetros para ejercer la cátedra fuera del país o para impartir talleres en recónditos lugares a gente humilde, simple y auténtica que lucha hasta hoy por un pedazo de tierra. Sé que cuando había que firmar algo de contenido inocultablemente político, Tomás lo firmaba por pura y necesaria convicción, a diferencia de otros colegas suyos, paralizados por el horror sagrado a la exposición, el compromiso real y la activa conciencia de clase.
Lo conocí por sus textos en la prensa en los años 90, sobre todo
en Última Hora. Luego leí sus libros,
sus colaboraciones en publicaciones colectivas, y tuve la oportunidad de
tratarlo en ocasiones precisas pero inolvidables. Fue un gran intelectual
orgánico del movimiento campesino, lo que muchas veces hizo que los académicos
de las ciencias sociales paraguayas lo ignorasen, incapaces congénitos de
seguir el ejemplo de su natural capacidad para teorizar y, a la vez, forzar a
la teoría con la práctica en el teatro de operaciones de las luchas populares.
Hace unos días decíamos con unos amigos, luego de leer en voz alta el fragmento
de un reciente texto suyo, que era admirable que Tomás hubiera mantenido tan
vivo, y en gran nivel, el oficio de la escritura al mismo tiempo que la
enseñanza, la cotidianidad de dirigir un centro de investigaciones, la urgencia
no menos cotidiana de sus convicciones políticas. Era capaz, a veces en el
mismo día, en la misma hora, de fraguar un texto de una lucidez apabullante, y
luego explicar a unos campesinos de Capiibary, con piadosa paciencia, cómo el
país está marcado por la cuestión de la posesión de la tierra, y cómo esa
cuestión entra, finalmente, en un momento crítico de nuestra historia con la
extensión de la frontera agrícola, la aparición arrasadora de la agricultura
extensiva mecanizada, el monocultivo y el modelo agroexportador, en medio de
una reforma agraria stronista hecha a la medida de la oligarquía nacional.
Unas dos o tres veces lo llamé para pedirle algún texto suyo
para publicarlo en el Correo Semanal.
La última vez que hablé con él a este respecto, se quejó de que los medios
masivos hacía tiempo no lo tomaban en cuenta, obviamente en una sutil
represalia por sus tajantes posiciones en contra de la “sojización” del país y
la “descampesinización” de la campaña.
Hoy Tomás, a quien una vez en Horqueta vi llegar tempranito y
solo en la mañana manejando su propio auto desde Asunción para dar un taller a
inquietos universitarios, se nos ha ido también temprano para quienes siempre nos
sentimos huérfanos de personas y luchadores íntegros como él. No hay dudas de
que la ausencia de su palabra será pesada. Pero también es cierto, cómo no, que
nos sentimos agradecidos y orgullosos de su fértil paso por este palpitante puñado
de tierra llamado Paraguay.
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