El aldabonazo perentorio
Aprendí
la palabra "perentorio" gracias al primer párrafo de Las palmeras
salvajes (1939) de William Faulkner, traducido por Jorge Luis Borges
hacia 1940. "Sonó otro aldabonazo, a la vez discreto y perentorio,
mientras el doctor bajaba las escaleras...", comenzaba diciendo aquella
novela que lo conminaba a uno a elegir "entre la nada y la pena". La
serena visualidad de ese arranque había sido un aldabonazo
en mi cerebro. La prosa de Faulkner en la versión de Borges suele
causar ese efecto. O si no pregúntenle a Gabriel García Márquez, quien
en 1967, en Cien años de soledad, no pudo resistir la tentación de
poner el mismo sustantivo con el mismo adjetivo: "Empezaba inclusive a
perder la ilusión de ser reina, cuando sonaron dos aldabonazos
perentorios en el portón...", dice García Márquez, ebrio del Faulkner
retórico que bebimos mediante Borges.
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