El hombre que publicó La belleza de los otros en 1993, no
solo era ya el autor del más completo trabajo de análisis de las artes visuales
paraguayas (Una interpretación de las artes visuales en el Paraguay, 1982),
sino también el responsable de uno de los primeros ejercicios de mirada crítica
de las manifestaciones culturales paraguayas a la luz de modernas teorías del arte
y la cultura (El mito del arte, el mito del pueblo, 1986). Se puede decir, tal
vez, que en medio de estos dos títulos capitales de nuestra literatura
artística y social, La belleza de los otros mete una cuña radical que quiebra
paradigmas en nuestro horizonte analítico nacional. La cuña no impugna esos dos
libros anteriores, por supuesto, sino todo lo contrario: deja el surco abierto
para que abreve de los afanes de éstos.
Esta nueva edición, como bien apunta el mismo Escobar en la
“Introducción” a la misma, “mantiene las premisas teóricas”, busca “preservar
su valor documental y carácter testimonial relativo a su propia época”. Sin
embargo, hay algunos cambios que por
sutiles no son menos decisivos: por ejemplo, la participación del autor en el ritual
de iniciación paî tavyterâ, que le da un color descriptivo a que nos tiene
acostumbrados Escobar; algunas variaciones lingüísticas, como las referidas al gentilicio
de los antes llamados “lengua”, hoy denominados enlhet o enxet. Así también,
con respecto a los nuevos conocimientos de esta comunidad, son de resaltar los
estudios de Hannes Kalish, decisivos para esta edición, no solo en lo referente
a la denominación, sino también a la dinámica interna propia de los Enxet. Pero
no solo eso: Escobar rompe la convención editorial misma al publicar, en el anexo,
todo un estudio de Kalish sobre las fiestas de aquéllos, dándole oportunidad a
La belleza de los otros de dialogar real e internamente con trabajos oriundos
de otras plumas.
Como bien anotaba Roa Bastos en la “Presentación” del
volumen, La belleza de los otros está bellamente escrito. El autor posee una
escritura con “plasticidad”, “ritmo” y “transparencia”. Habría que agregarle, también, que la prosa de Escobar es
consciente de su cometido narrativo, casi como lo hace cualquier escritor cuyo
entusiasmo suele ser la ficción. Como suele ser tradición en los grandes
escritores de América Latina —desde los cronistas de Indias hasta el mismo Roa
Bastos—, el acto de la escritura es la manera occidental en que se practica el
mito, la ficción, aún cuando se trate de un libro de sólida base teórica y científica.
La belleza de los otros, en ese sentido, tiene grandes momentos dignos de la
mejor literatura. Sobre todo en el Capítulo IV, denominado “El arte y el rito”,
en donde el propio mito encarna en las formas festivas —eso, sobre todo formas—
de las distintas comunidades indígenas del Paraguay.
El solo placer del texto ya vale su lectura. Y si con ese
puro placer viene la posibilidad de que el lector —sobre todo paraguayo— se
identifique con las muchas caras de este país, casi como en la anagnórisis de la
tragedia griega, ese placer es también, por qué no, una necesidad política.
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