20/4/07

El adiós a Kurt Vonnegut


En la mañana del pasado viernes 13 de abril, un mensaje de mi amigo Eulo García al teléfono celular me despertó. El mismo decía: "Perdió Vonnegut".
Y qué quieren que les diga. Sentí que se había muerto no solo uno de los escritores más versátiles y profundos de la literatura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, sino también un amigo. Hacía no más de dos meses había leído una entrevista hecha a él, a propósito de su última novela, y allí había despotricado, con amenazas de demanda incluida y con la ironía que le caracterizaba, contra la marca de cigarrillos Pall Mall que él fumaba. ¿Por qué? Porque hacía casi setenta años la empresa de cigarrillos le decía que el fumar hace daño a la salud, que lo mataría pronto, y hasta ese tiempo seguía vivito y coleando. Hacía dos semanas nada más que escuchaba la voz grabada de Julio Cortázar citándolo con sumo respeto, apoyándose en él para destrozar a Herman Hesse. Ahora está muerto, y con la muerte hay que decir adiós y recordar.
Sí, hay que decir adiós a ese perfecto transmutador del realismo más visceral e irónico en la ciencia ficción más exquisita y crítica. Antes de ese adiós, que no será nomás que la posibilidad de un eterno reencuentro, me quedo con algunas imágenes suyas: soldado norteamericano en la Segunda Guerra Mundial, aislado de su batallón, vagabundo solitario en campos enemigos, atrapado más tarde por las fuerzas alemanas y testigo y casi víctima del inenarrable bombardeo de Dresde por parte de las fuerzas aliadas. De esa experiencia nació Matadero Cinco (1969), su más célebre novela, cuyo título viene de la empaquetadora de carne donde él y otros siete soldados norteamericanos sobrevivieron al asedio.
La otra imagen que recuerdo, y que me parece una magnífica cristalización del capitalismo en su fase más cínica y miserable, es una escena de la novela Pájaro de celda (1979), donde Mary Kathleen O’Looney, la pordiosera de la que en otro tiempo estaba enamorada el protagonista –uno de los que "cayeron" en la estela de Nixon tras el caso "Watergate"–, se confiesa, alucinadamente, dueña de una de las corporaciones más poderosas de los EEUU, cosa que al final resulta ser cierto. Encima, manejaba secretamente la corporación desde su locura lumpen. Se había escondido de su mundo de apariencias y dobleces, y prefirió habitar los sórdidos habitáculos subterráneos de los nadie. ¿Para qué? Para exhortar a la revolución contra los que todo tienen, contra los de su clase. ¿Una multimillonaria metida a mendiga y revolucionaria? Sí. Porque allí radicaba el cinismo corrosivo y desesperante de Vonnegut. Una forma soterrada de vivir en el mundo que trastoca los marcos de referencia desde la más absoluta normalidad. Lo que la sociedad capitalista permite para destruir.
Ahora que pienso, no solo murió un gran escritor, un amigo lejano, sino también un profeta del desparpajo revolucionario. Aquel que dijo una vez: "El verdadero terror es levantarse un día una mañana y descubrir que tus compañeros de instituto están gobernando el país".