7/9/11

El teléfono me habla del amor y del tiempo


Hace unas horas, sonó el teléfono en la Redacción. Contesté, y del otro lado surgió la voz de una mujer, cansada y enérgica a un tiempo, evidentemente añosa. Se presentó, con un acento que conservaba el inconfundible tono del castellano paraguayo, mezclado con el industrial portugués paulista:

-Hola, estoy llamando desde Sao Paulo -me dijo. Soy la viuda de Joäo Rossi.

En un segundo, el nombre del artista brasileño que vino al Paraguay a mediados de los años 50 del siglo pasado provocó una serie de imágenes en mi cabeza, ninguna de ellas respondía aparentemente al motivo por el cual recibía el llamado telefónico de su viuda, distante 1300 kilómetros de Asunción.

-Le llamo para agradecerle el artículo que escribió el 28 de marzo sobre mi marido- me dijo.

Ahí recordé. Esa página de los lunes en la contratapa de ÚH, que desde hace 3 años vengo escribiendo con otros compañeros, a veces bufando por no hacerlo, me ha traído más reacciones que cualquier página más placentera escrita sobre Roa Bastos o Borges. Alguna vez me escribió un investigador desde, también, el Brasil, preguntándome qué tanto sabía sobre el pintor paraguayo Andrés Guevara como para ayudarlo en un trabajo suyo sobre historia del diseño en su país. Mucho no pude decirle, por supuesto. Y me han llamado las viudas de muchos grandes, grandísimos poetas paraguayos. Habrá quien pensará que soy un especialista en viudas, pero tampoco lo soy.

-Quiero agradecerle el artículo. Soy Isabel Olmedo, que es mi apellido de soltera. Para los cheques soy de Rossi- me dice riendo esta mujer de 86 años, coqueta, desde el mismo atelier en donde vivió, trabajó y murió el pintor brasileño que dio un empuje al arte moderno paraguayo.

-Lo conocí hace 48 años a mi marido, y hasta ahora lo amo- completa. En la Redacción los teclados parecían saltar por los aires ante cada golpe de los dedos de los periodistas, como juegos pirotécnicos que festejaban la frase de la mujer.

-Qué bien señora, debe estar orgullosa de amarlo hasta ahora- es lo único que atiné a decir, al borde del  desatino.

Magancha, como le dicen cariñosamente a Isabel, me cuenta rápidamente, luego de excusarse en un guaraní aún más extraño por el acento portugués ("che ñe'ëngatueterei"), que es hija de un antiguo canillita de La Tribuna.

-Cada fin de año La Tribuna sacaba historias sobre Asunción. Ahí salió una sobre mi papá, que fue el fundador de la primera escuela de canillitas- me cuenta.

Me agradece una y otra vez haber escrito sobre su marido, tanto que siento vergüenza ya de haberlo hecho. Esa vergüenza que al periodista a veces le falta, supongo. Me invita a que cuando vaya a Sao Paulo no dude en ir a su casa, que queda "cerca del barrio Morumbí".

-“Yo no soy porteña, que dice 'venga', y luego se esconde”- dictamina, cerca de una xenofobia casi infantil, pero también de la auténtica y genuina queja. Ya la conversación se hace un tanto repetitiva y larga, cuando lanza otra frase potente, sin transición:

-Yo soy comunista. Bueno, no éramos de partido, pero sí de izquierda. Acá estuve una vez presa en la delegación 48 días. Era muy amiga de Herminio Giménez yo- y calla, para después invitarme de nuevo a que fuera a Sao Paulo.

Prometí ir algún día, hasta anoté su número de teléfono paulista, y el de una hermana suya que vive en el barrio Las Mercedes de Asunción, sobre quien me aseguró que mañana jueves sale para ir junto a ella, si es que por ahí quería enviarle algo. "Sí, sí", dije, azorado por el tiempo, lo único que a fin de cuentas siempre nos azora inevitablemente.

Ella reía hermosamente en Sao Paulo, feliz de hurgar en la memoria del hombre que amó y que hace 11 años murió. Yo la escuchaba súbitamente entristecido en Asunción. Finalmente, se despidió. Volvió a repetir el "hasta ahora lo amo" del comienzo de la conversación. Su voz se apagó.

Casi seguro estoy que nunca iré a Sao Paulo a conocerla. Pero también estoy seguro, que por unos minutos interminables conocí ciertos atajos y certezas contra los apremios del tiempo y el amor que tan poco solucionados tenemos los otros mortales. Fui testigo de una memoria satisfecha, orgullosa. La envidié profundamente, mientras colgaba el tubo del teléfono.