14/11/11

Jamás leí a Onetti

Publicado el 9 de abril de este año en el Correo Semanal de ÚH. Nunca posteado aquí y puesto a propósito de la primera exhibición pública en Asunción esta noche, a as 20 hs., en el Centro Cultural de España Juan de Salazar.

Un silbido melódico, como de tango, y la imagen del puerto de Montevideo ensombrecida por densos nubarrones negros. Amenaza lluvia, como la manifestación atmosférica de una atmósfera metafísica. Corte. El escritor uruguayo y director de la Biblioteca Nacional de su país, Tomás de Mattos, coloca sobre una mesa manuscritos con una letra ininteligible a simple vista. Es la letra del autor de Juntacadáveres. Estamos viendo el documental Jamás leí a Onetti, de Pablo Dotta, que se pasó el viernes 25 de marzo por La 2 de Televisión Española, pero que sigue online en www.rtve.es.

Allí están quienes conocieron personalmente y quienes no al escritor: el citado De Mattos, que muestra los papeles que guarda la Biblioteca, incluido el que se considera probablemente su último escrito; el dibujante Tunda Prada, quien, balbuceando en la soledad de su estudio, ensaya durante todo el documental un imposible mapa de lo que sería Santa María; el músico Fernando Cabrera, a quien pertenece la melodía silbada al inicio, y que también durante el documental compone un homenaje a Onetti, con la sorpresiva ayuda de Jorge Drexler; el escritor Eduardo Galeano, quien cuenta anécdotas, lee El pozo y descubre luego una dedicatoria: "A Galeano, quien alguna vez escribirá casi mejor que yo"; la escritora y periodista María Esther Gilio, quien entra a un bar, enciende una vieja grabadora de la que sale la voz de Onetti dándole título a este documental; su viuda Dorothea Muhr, la inefable Dolly, que abre la puerta de su casa de Madrid, la última del escritor; el novelista español Antonio Muñoz Molina, quien muestra una edición de Los adioses, firmado por un hombre y una mujer, en una aparente experiencia de lectura compartida; el también español Juan Cruz, periodista que rememora la escritura sobre su muerte.

Yo la vi dos veces, con personas que han leído a Juan Carlos Onetti y con otras que no lo han hecho. A todas emociona. Búsquenla en la dirección web citada más arriba. Imprescindible.

Tomás Segovia o las dos orillas de la poesía

Tenía 12 años cuando, hacia el final de la Guerra Civil Española, su familia abandonó la Península Ibérica para recalar, primero, en París y, luego, en la otra orilla del Atlántico, en México, el país solidario de Lázaro Cárdenas, que albergó a tantos compatriotas suyos escapados de la barbarie, entre los que se contaban intelectuales y escritores de primera línea. El entonces púber Tomás Segovia había nacido en un año decisivo de la poesía de su país natal, 1927, hito de la modernidad poética española, parada sobre la resurrección fantasmagórica de Góngora, y en una ciudad en donde los intelectuales antifascistas, cuando él tenía 10 años, habrían de reunirse para condenar colectivamente la barbarie de la falange conservadora, católica y militar del general Franco: Valencia la Bella.

“Yo no fui al exilio, a mí me llevaron”, escribiría décadas después, explicando, por un lado, la condición impuesta de su destierro por motivos ajenos a su voluntad y a su infancia recién perdida; y, por el otro, como legítima defensa ante la tentación de la nostalgia que la “oficialidad” del exilio reivindicaba como marca.

Desde la aparición, en 1950, de La luz provisional, hasta los Sonetos votivos que reunió en 2007, la carrera poética de Segovia se movió impetuosa entre cierta práctica surrealista más sobria que la de los tiempos etílicos de André Breton (de quien fue traductor), y la recuperación de una tradición literaria universal, pero que en España diera resultados legendarios: el soneto.

Personalmente, fue esta última faceta la que terminó por hacerme entrar al amplio universo de Segovia. Fue un poeta que cultivó esa forma clásica, como pocos en nuestro tiempo, sobre todo con aliento erótico, que dividía su herencia española, por la vena de Quevedo, y su adopción mexicana, por la vena de Octavio Paz, de quien fue gran amigo. No concebía el erotismo como esa cosa a la que hay que rondar, cuya enunciación depende de la mística de lo innombrable. Prefería ser esencial, animal y franco: “Cuando yaces desnuda toda, cuando/ te abres de piernas ávida y temblando/ y hasta tu fondo frente a mí te hiendes,/ un corazón puedes abrir, y si entro/ con la lengua en la entrada que me tiendes, /puedo besar tu corazón por dentro”, dice en los dos últimos tercetos de un soneto.

Fue también gran traductor de Rilke, y ensayista ejemplar. Regresó a España en 1985. Fue hace unos días a México para recibir un premio y leer poemas junto a Juan Gelman, y allí el lunes pasado, con amarga justicia poética, lo encontró “el toro negro de la muerte”.

Marina Tsvetáieva homenajeada en Argentina

Hace 5 años, aquí mismo, conté cómo había llegado a conocer la poesía de Marina Tsvetáieva: gracias a la conjunción (de un espejo y de una enciclopedia, diría Borges, pero no) de una novela de Paul Auster, La invención de la soledad, y de una apasionada carta escrita por ella al poeta checo Rainer María Rilke. Este año se cumplieron setenta de la muerte de esta mujer, quien, junto a Ana Ajmátova, conforma lo más valiente y denso de la poesía femenina rusa del siglo pasado.

En Argentina, la semana entrante tendrá lugar la “Semana Tsvetáieva en la Biblioteca Nacional 2011”, un homenaje a la poeta desde la historia y la literatura, con conferencias, debates y hasta música. “Es una escritora que moviliza mucho, impresionantemente lúcida, que lleva todo hasta las últimas consecuencias. Está en los extremos del amor, de la escritura, de la vida. Ojalá que todo el mundo la conociera, porque es única”, dijo a la agencia Télam Sofía González Bonorino, coordinadora del evento.

Hace un lustro escribí: “Habría que acercarse a la poesía de una mujer que sobre la tierra había sido víctima de la sinrazón de la historia, y a quien, apenas arribada al cielo tras su muerte, la imagino blandir como una espada dos versos de un poema suyo, rebeldes y orgullosos como había sido ella misma en la tierra, a pesar de todo: ‘¡Dios, no juzgues! ¡Tú no has sido/ una mujer en la tierra!’”.