7/5/12

Algunas pistas de la literatura paraguaya actual



Texto leído en la Feria del Libro de Buenos Aires 
Sala Jorge Luis Borges - 1 de mayo de 2012

Contexto del oficio de la escritura

A fines de 1989, con el telón de fondo de la recién caída dictadura de Alfredo Stroessner, en Paraguay se dio un aparentemente bizantino debate sobre la narrativa paraguaya, que a fin de cuentas buscaba dilucidar la propia existencia o no de la literatura paraguaya en general. Digo que aparentemente porque el debate no era para nada ocioso: probablemente era  la primera vez en la historia de la cultura del país que escritores paraguayos debatían públicamente en los medios de comunicación, en este caso Augusto Roa Bastos y Carlos Villagra Marsal, sobre la naturaleza de una de las literaturas de desarrollo más tardío de América Latina.
El preguntarse si la narrativa paraguaya existe, el cuestionar su existencia o defenderla, eran interrogantes necesarios que en literaturas de otras latitudes ya encontraron respuestas provisorias o definitivas décadas atrás. Pero en Paraguay no es del todo baladí el que unos dijeran que no existe un corpus narrativo paraguayo de calidad y que otros afirmen fervientemente lo contrario. Todo esto en un contexto muy particular: ni siquiera en el de una democracia liberal recuperada a pasos del siglo XXI, sino experimentada  por primera vez en la historia del país, con los traumas propios de las fuertes experiencias inéditas.
Afirmar hoy día, vente años después de aquella discusión mediática, la existencia y la vitalidad de la narrativa paraguaya tiene sus propias aventuras. La misma categoría más general de literatura nacional, con delimitaciones geográficas o lingüísticas, está puesta en duda en el debate mundial. Ya en el mismo año de la polémica Roa Bastos-Villagra Marsal, en Cultura y verdad, el antropólogo y poeta Renato Rosaldo observaba el fuerte desarrollo autónomo de la literatura chicana en los EEUU, y mostraba, entre cosas, que dicha literatura era genuinamente norteamericana así como mexicana. O mejor: no era de ninguna de las dos. Más recientemente, el escritor mexicano Jorge Volpi, en El insomnio de Bolívar, llega a hablar incluso de la inexistencia de la literatura latinoamericana, con un poco de pura pose generacional, pero también con cierto grado de verdad, en cuanto el escritor latinoamericano ya no se encuentra atado a referentes solo nacionales para desarrollar su literatura. El mismo Volpi es un ejemplo de ello: su libro En busca de Klingsor puede bien ser una de las mejores novelas alemanas sobre las relaciones entre la política y la ciencia en la Segunda Guerra Mundial. O, para hablar de Paraguay, ¿por qué el narrador Javier Viveros anuncia la edición de un volumen de cuentos titulado Manual de esgrima para elefantes, un libro de relatos ambientados en África?  ¿Qué hace inocultablemente hispanoamericana a esos dos libros, o a 2666 de Roberto Bolaño, que tiene cientos de páginas enteras dedicadas a Europa escritas como si el escritor chileno fuera el escritor germano Winfried Georg Sebald? Lo que la hace hispanoamericana (y no), además de la presencia trémula de un México en llamas, es el hecho más frágil y poderoso a la vez de esté escrito en español. Y aun así abundan los ejemplos de escritores en la literatura del siglo XX que han escrito en una lengua que no tiene por qué ser la oficial de su país: basta citar el perfecto inglés del polaco Joseph Conrad.

Paraguay y la industria editorial

¿A qué vienen estas reflexiones? A que la literatura paraguaya actual no puede estar desligada del contexto de la literatura del continente y del mundo. Ha empezado también a soltarse más, desde la propia temática, hacia horizontes pocas veces sospechados en el pasado. Empieza a asumirse más con una herencia multicultural dentro del propio país, por poner un ejemplo.
Por otro lado, tiene sus particularidades extraliterarias. No se puede entender lo que pasa actualmente en Paraguay en cuanto a poesía, narrativa, ensayo, etc. etc., obviando las circunstancias propias en que se realiza el quehacer literario paraguayo.  Por ejemplo: pocos sellos editoriales, mucha edición de autor, una política de fomento del libro todavía en pañales, aunque hay que decir que acrecentada por el contexto del Bicentenario, escasa visibilidad de los autores en los circuitos libreros de la región, tiradas por debajo del promedio en los demás países (1000 ejemplares como máximo), una cultura lectora, finalmente, poco estimulada por tener incluso una larga tradición casi ágrafa en un contexto de fuerte analfabetismo de a poco subsanado. Aun así, es mucho lo que se ha construido a lo largo de los últimos 20 años en materia de soportes y promotores de la literatura paraguaya, desde la  cotidiana calidad del papel hasta las instituciones que impulsan la lectura.
Por sobre este contexto específicamente relacionado con el ámbito de la industria cultural literaria, hay un país que progresivamente se ha ido convirtiendo de uno eminentemente rural a otro predominantemente urbano. Lo cual no es un dato desdeñable. Hoy mayor cantidad de gente vive en las áreas urbanas que en las rurales, en comparación con 1953, año en que Augusto Roa Bastos publicó los “ruralísimos” cuentos de El trueno entre las hojas. Esta transformación no fue natural, hay que decirlo, fue impuesta, aun cuando cierta sociología complaciente pretende mostrar lo contrario. La vida bulliciosa en las ciudades (Asunción, toda el área metropolitana, Encarnación, Ciudad del Este) tiene directa relación con una dinámica agraria quebrada desde afuera: la extensión de la frontera agrícola, una reforma agraria corrupta que entregó tierras a militares y civiles acólitos del dictador Stroesser, el avance del monocultivo, la migración forzada de grandes comunidades heridas en su arraigo ancestral, la formación de cinturones de pobreza, el surgimiento de una clase media algo satisfecha pero con profundas taras sociales arrastradas por su desarraigo original. Esta migración interna, también tiene su contracara externa, ese otro Paraguay que vive allende sus fronteras: la que en las décadas del 40 y el 50 tuvo como epicentro a Buenos Aires, y en los últimos años a España. 


Ausencia de crítica literaria

Tenemos así, a grandes rasgos, el teatro de operaciones de la literatura paraguaya de las últimas dos décadas. En lo macro: democracia imperfecta, herencia corrupta del stronismo, alta migración interna y externa, consolidación de nuevas clases sociales (existe una, la de los nuevos ricos de los 70 y 80, que ha bebido de los grifos generosos del boom de Itaipú, adoradora impenitente del mal gusto arquitectónico y la ostentación kitsh); y en lo micro: una industria cultural libresca con mayor vitalidad, pero todavía pequeña y poco profesionalizada.
Un dato no menor de la cocina de la literatura paraguaya es la casi inexistencia de una crítica literaria sólida, consciente y comprometida con su importancia en el engranaje social del ámbito literario. Es decir, el carácter mediador, a veces vilipendiado, en otras insoportablemente necesario de la crítica literaria no cumple su tarea en Paraguay. El mismo Roland Barthes decía que la crítica literaria iría desapareciendo, dejando paso una disciplina más plural, más amplia, de interpretación de los textos. En Paraguay la crítica ha desaparecido –en algún momento la hubo y de las buenas- pero para dejar paso a la nada, al silencio.  

Vasos comunicantes de la literatura actual

A instancias metodológicas y de comodidad, probablemente más de lo segundo que de lo primero, he intentado identificar lo que llamaría algunos vasos comunicantes de la literatura paraguaya en las últimas dos décadas. En algunos casos, son temas; en otros, características particulares que hacen al escritor o escritora y sus obras. 

Lo urbano

Cuando hablamos de un país que ve cómo progresivamente van creciendo los centros urbanos en su geografía, en otros tiempos de dominante tierra roja, estamos en posición de encontrar ya, sobre todo en narrativa, una interesante cantidad de textos con la impronta urbana. Aun cuando todavía no contamos con un clásico del género (como si lo tienen desde hace mucho tiempo Argentina, por ejemplo, desde Roberto Arlt o el Adán Buenos Ayres de Marechal, o México con La región más trasparente de Carlos Fuentes, escrito este último por la misma época en que Roa Bastos escribía sus cuentos sobre las glorias y las miserias del campo). Probablemente, solo las nuevas generaciones, tímidamente la de la década del 80, con más fuerza las de los 90 y la que pasó recientemente, asumieron lo urbano como tema o como fondo preponderantes. Incluso un escritor obnubilado por los pliegues de la historia paraguaya y por la mitología popular campestre, Helio Vera, había empezado a urdir interesantes muestras de cuentos urbanos en su último libro de relatos, Trofeos de la guerra, cuando los sorprendió la muerte.
Hace unos 5 años, además, un grupo de jóvenes escritores editó un libro titulado Anales urbanos, en donde el denominador común era, precisamente, ese mundo nuevo y violento, donde la muerte acecha con diferentes caras, de una ciudad, en este caso Asunción. Algunos de los escritores que formaron parte de la colección intentaron la misma búsqueda en volúmenes individuales, como son los casos de Julio Benegas Vidallet y Javier Viveros. El primero, en los relatos de Tereré en la plaza y la novela corta Soledad, en la que se muestra las peripecias del amor en una ciudad descompuesta por la pobreza y la opresión; el segundo, en su libro de cuentos Urbano, demasiado urbano, donde destaca “Asunción era una fiesta”, una farsa sobre la influencia de los medios masivos de comunicación en la vida privada de la gente. Mónica Bustos, en su novela Chico Bizarro y las moscas construye una thriller tarantinesco apoyada en aquello que Marx decía era la segunda repetición de la historia, esta vez como comedia: Roa Bastos, drogado por un médico inescrupuloso, es alquilado a un multimillonario mafioso, las redivivas misiones jesuíticas ya no trafican yerba mate sino mariguana, etc. etc. El periodista Mario Ferreiro sorprendió con su primer libro de cuentos, El tranvía (ahora sorprende candidatándose a presidente de la república), en donde recupera ciertos tics de determinados círculos sociales del pasado asuceno, como es el caso de la resistencia universitaria a Stroessner, los grupos de creación artística de los 70, entre otras cosas. José Pérez Reyes, por su parte, en Clonsonante busca la excepción a la regla en medio del tráfago urbano, el austeriano dedo del azar que es al mismo tiempo el del destino. Juan Ramírez Bierderman, en su libro de cuentos Nobis recrea la vida de un barrio asunceno, Las Mercedes, con sus amores clandestinos y sus criminales nazis prófugos y escondidos en conventillos de mala muerte. 

Las nuevas clases sociales

En lo relativo a la narrativa sobre las nuevas clases sociales, hay dos ejemplos no muy leídos ni conocidos, pero de gran importancia en el horizonte actual. El primero es el de Jorge Rolón Luna, quien en los relatos de El Sicario pone en primer plano los sueños vacíos, los prejuicios, las mezquindades y las hipocresías de una clase media orgullosa y viciosa, casi como los paranoicos vecinos de John Cheever. El segundo es Nico Granada, quien en Que de mi piel un robot haga origami, entre kafkianos frescos en miniatura de la cotidianidad contemporánea posmoderna, en un relato titulado “Kitsch: una comedia paternofilial asuncena” retrata la decadencia de una familia típica de entre los “nuevos ricos” de Itaipú de los años 80, simbolizada en el enorme, inservible y vacío contenedor de whisky que en otro tiempo fue sinónimo de estatus, a la vera de la cursilería más barata.

Narrativa y dictadura

Una interesante cantidad de libros que tienen que ver con la dictadura se han publicado en los últimos años. Desde el hoy ya clásico en el género Celda 12, de Moncho Azuaga, pasando la muy cínica Asunción bajo toque de siesta de Hermes Giménez Espinosa, la novela de la búsqueda de identidades de Lourdes Talavera, Sombras sin sosiego, hasta llegar a la que es, probablemente, la mejor de las novelas escritas por Renée Ferrer hasta la fecha, La Querida, la prosa de los escritores y las escritoras paraguayas han comenzado recién a mirar con cierta distancia ese periodo oscuro de 35 años de dictadura en Paraguay. Quizás aún no se ha escrito una novela sobre la era stronista sin el dramatismo de la victimización –necesaria también, pero no excluyente-, con los recursos de la mirada más oblicua, imaginativa y crítica de novelas escritas sobre el mismo tema en literaturas de otros países, que podemos ejemplificar con la novela El vano ayer, del español Isaac Rosa, con su talante polifónico, sus puntos de vista plurívocos y contradictorios. 

Mezcla de lenguas

El fenómeno del bilingüismo desvelo desde temprano a la literatura paraguaya. Desde el llamado jehe’a (mezcla de lenguas, sin subvertir la lógica lingüística de ninguna de ellas) de Emiliano R. Fernández, pasando por las experiencias de Roa Bastos en Yo el Supremo y Rubén Bareiro Saguier en su poemario A la víbora de la mar, los escritores paraguayos han ideados estrategias para dar cabida en la literatura a la realidad del bilingüismo. En la narrativa actual, el ejemplo de El rubio, la novela de Domingo Aguilera es una muestra contemporánea del intento de llevar al texto narrativo el jopará (una mezcla aún más radical: una lengua afecta y modifica morfológicamente a la otra).  El fenómeno transfronterizo también tiene su influencia en la literatura escrita. Un grupo de escritores de las nuevas generaciones, aglutinados en torno a las ediciones cartoneras a la manera de la Eloísa argentina de Washington Cucurto, escriben en una forma lingüística que denominan “portuñol selvagem”, una mixtura de guaraní, español y portugués que se da en el habla cotidiana en la zona de la Triple Frontera. Edgar Pou, Cristino Bogado, Douglas Diegues son algunos de los cultores de este tipo de expresión literaria, a veces un tanto forzada, en otras reflejos genuinos de una realidad social.

La migración

Dos ejemplos de escritores que muestran algunas de las caras de la migración. Por un lado, la realidad de un grupo social originalmente extranjero afincado en Asunción, el de la comunidad judía, tiene en Susana Gertopán una diestra narradora de sus imaginarios colectivos. En Barrio Palestina, en El otro exilio y, sobre todo, en El callejón oscuro, esta escritora pone en relieve las marcas, las señas de identidad de una minoría social compenetrada ya desde hace tiempo con Asunción, a la que dota de sus propios sentidos míticos. Por otro lado, el pintor y cineasta paraguayo Enrique Collar ofreció en Polietileno una crónica a veces amarga, otras ásperamente divertida, de la realidad de los paraguayos en Buenos Aires, esta gran ciudad a la que Manuel Mujica Lainez llamó “misteriosa” y ante la que Ezequiel Martínez Estrada se rendía anonadado por sus enormes construcciones, su cabeza de Goliat, las mismas construcciones que, según resaltaba hace un par de años Beatriz Sarlo en una entrevista que le hiciera, fueron edificadas por obreros paraguayos que huían de las penurias económicas y políticas del Paraguay.  Collar se convierte en un cronista privilegiado de cómo golpeó a los paraguayos la era menemista, con sus privatizaciones y sus ajustes. Algo así como una actualización de El baldío, de Roa Bastos, que en los 60 había escritor relatos de ambiente bonaerense, relacionados sobre todo con exiliados políticos.
En octubre de 2011, Santiago Arcos editor, de esta ciudad, publicó una antología de narrativa contemporánea paraguaya, titulado sugestivamente Los chongos de Roa Bastos. La misma estuvo preparada por Sergio Di Nucci, Nicolás Recoaro, Alfredo Grieco. La muestra es, como todas las muestras, incompleta, pero acerca al lector argentino algo de lo que se está haciendo ahora en Paraguay en materia narrativa. Además de los ya citados Viveros, Aguilera, Diegues, Granada, Bogado y Pérez Reyes, están incluidos Monserrat Álvarez, Edgar Pou y Damián Cabrera. Quizá acicateados por el título, revistas culturales porteñas le dieron destaque a esta colección de relatos. 

Escribir fuera del país

Mención aparte para tres escritores paraguayos relativamente jóvenes que viven y escriben en Argentina. Uno de ellos vive en esta misma ciudad, y se llama Ever Román. Su primer libro de cuentos, Osobuco, fue editado aquí, y transita la misma senda urbana, pero también trafica con el sentido de la reflexión sobre la misma literatura.  Sus cuentos prefieren los múltiples escenarios vivientes: los barrios, la clara soledad de los ríos, la inmensidad del páramo chaqueño. Osobuco está dedicado, casualmente, a Humberto Bas un escritor paraguayo que vive en Neuquén, y cuya novela El Superpalo es un telúrico delirio post realismo mágico, en un pueblo imaginado que en el fondo es el San Ignacio natal del escritor. En sus cuentos practica un recurso generalmente poco feliz en la literatura paraguaya, pero que en el resulta definitivamente acertado: el humor ácido, la ironía filosamente sutil. Finalmente, Óscar Fariña escribe poesía, pero su poesía es, como suele ser la de Jacobo Rauskin, muy narrativa. Vive en Buenos Aires, y su libro Pintó el arrebato tiene postales de su sangre cultural paraguaya, de su impronta mestiza de hoy día, en un tono de cronista suburbial. En su poema “Manchas”, que cito completo, le toma el ritmo a la huella identitaria de su historia:

cuando mi vieja
se hizo el documento
argentino tenía
lo dedo tan roto
de fregar
la casa argentina de
su patrona argentina
que al momento
de tocar el pianito
la tinta
acumulada en lo tajo
traversale del pulgar
le impidió
al cobani
hacer una buena
impresión de la hueya
y hoy por eso
en vez
de prolija espirale
la identidá -extranjera
de mi mamá -paraguaya
para la ley -argentina
consiste en una mancha. 

El año pasado, Fariña publicó una reescritura del Martín Fierro en lenguaje “pibe chorro”. Fariña hoy día, como lo fue el propio Cucurto, está a la vanguardia en Argentina de la literatura alejada de los oropeles y cercana al pulso de lo marginal.

Erotismo

Lo erótico es preponderante en los relatos de Amanda Pedrozo, quien varios años después de su último libro publicó en 2010 El diablo por un agujero. La aventura erótica de Pedrozo es, por momentos y como quería Susan Sontag, una defensa de la imaginación pornográfica. Su hermana,  Mabel en Perversidad y en Las arrugas de la Virgen, ofrece cuentos en donde lo macabro, las bromas pesadas del destino,  son una marca. Ambas prefieren personajes femeninos que se encuentren, choquen en determinadas circunstancias con el deseo de otra vida frente al rol social que se les ha asignado. Otra mujer, Chiquita Barreto, también ha incursionado en el relato erótico en el libro Con el alma en la piel. Pero son sus dos novelas Mujeres de cera y La voz negada las que muestran un amplio retrato, en tono poético, de la vida de las mujeres tanto en el campo como en la ciudad en el Paraguay. 

Narrativa histórica

Finalmente, la que fuera por mucho tiempo la reina de la narrativa paraguaya, la que abreva de la historia, ha retrocedido en su influencia. El autor más destacado de los últimos años es Guido Rodríguez Alcalá, quien vuelve al siglo XIX en El peluquero francés y muestra con una ironía y un humor exquisitos una Asunción con ademanes europeos en medio de intrigas de toda laya. Tal vez otro de los pocos ejemplos citables del siempre efectivo género de la novela histórica sea Donde ladrón no llega, de Luis Hernáez, publicado hace más de quince años. Aquí las misiones jesuíticas son la excusa para una reflexión sobre el pasado colonial.
Así, este rápido muestrario de lo que se viene haciendo en la narrativa paraguaya, sobre todo en la última década, es un recuento de la actual literatura en el doble sentido de la palabra actual: el que se refiere simplemente a las obras publicadas en un tiempo determinado, y también, más complejamente, a las formas actuales de la literatura, las que expresan no solo lo que es su tiempo, si no además las que expresan cómo se escribe en este tiempo. Así, incluso, como decía Borges con respecto a Salambó de Flaubert: la novela del francés puede hablar de Cartago, pero es una típica novela del siglo XIX. 

En muchos casos, diría que en la mayoría, las variadas formas de escritura que existen en la narrativa paraguaya son poco conocidas. En Paraguay hay una literatura visible, y otra invisible o invisibilizada, porque muchas veces se reivindica invisible o porque cierto establishment no se fija demasiada en esas maneras otras de hacer literatura. Jorge Canese y Joaquín Morales serían dos ejemplos, en poesía y narrativa, de cómo escritores de otras generaciones se sienten más cercanos a las nuevas camadas por la actitud y el temperamento de su escritura. Por lo demás, según se puede ver, la  narrativa paraguaya no solo existe, sino que goza de buena salud. Aun cuando traspase poco las fronteras, y sea testimonial y vocacional su batalladora naturaleza. Muchas gracias.

2 comentarios:

  1. porounhol es lo ke yo hago, ojo! la diferencia con su gemelo brasiguayo, el portunhol selvahem, es ke los ingredientes autoctonos predominan, es decir el léxiko guararni y español, joparaizados, claro, y el portugues (y otros idiomas) son como el picante espolvoreado sobre su prosa makarrónika...
    Hace 18 minutos · Me gusta
    Cristino Bogado ‎"Mónica Bustos, en su novela Chico Bizarro y las moscas construye una thriller tarantinesco: Roa Bastos, drogado por un médico inescrupuloso, es alquilado a un multimillonario mafioso, (...)"
    Hace 17 minutos · Me gusta
    Cristino Bogado Maciel también fue convertido había siddo en personaje de ficción! jajaja Esteban Bedoya, José Vicente Peiró
    Hace 16 minutos · Me gusta
    Cristino Bogado sí, el titulo sexy, atrajo a los periodistas kurepas! vos decís pio? Los chongos son inmigrantes paraguayos ke le consolaban a los putos semi-ocultos de lso años 50-60, eso cuenta Sebreli en sus memorias al menos...Y Perlhonger depois teoriza el fenómeno en sus clásicos tratados sobre la prostitución masculina...pero creo le dieron bola por akello de pobrecitos de estos paraguayitos...por piedad a los los vecinos pobres o porke de repente la editorial santiago arcos tiene cierto atractivo entre las editoriales independientes...

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  2. Por favor, no se ha puesto el nombre de la persona que leyò esta presentación en la Feria del Libro en Baires, el 1 de mayo de 2012. Me interesaría saberlo. Gracias.

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