Texto leído en la Feria del Libro de Buenos Aires
Sala Jorge Luis Borges - 1 de mayo de 2012
Sala Jorge Luis Borges - 1 de mayo de 2012
Contexto del oficio de la escritura
A fines
de 1989, con el telón de fondo de la recién caída dictadura de Alfredo
Stroessner, en Paraguay se dio un aparentemente bizantino debate sobre la narrativa
paraguaya, que a fin de cuentas buscaba dilucidar la propia existencia o no de
la literatura paraguaya en general. Digo que aparentemente porque el debate no
era para nada ocioso: probablemente era la primera vez en la historia de la cultura
del país que escritores paraguayos debatían públicamente en los medios de
comunicación, en este caso Augusto Roa Bastos y Carlos Villagra Marsal, sobre la
naturaleza de una de las literaturas de desarrollo más tardío de América
Latina.
El
preguntarse si la narrativa paraguaya existe, el cuestionar su existencia o
defenderla, eran interrogantes necesarios que en literaturas de otras latitudes
ya encontraron respuestas provisorias o definitivas décadas atrás. Pero en Paraguay
no es del todo baladí el que unos dijeran que no existe un corpus narrativo
paraguayo de calidad y que otros afirmen fervientemente lo contrario. Todo esto
en un contexto muy particular: ni siquiera en el de una democracia liberal
recuperada a pasos del siglo XXI, sino experimentada por primera vez en la historia del país, con
los traumas propios de las fuertes experiencias inéditas.
Afirmar
hoy día, vente años después de aquella discusión mediática, la existencia y la
vitalidad de la narrativa paraguaya tiene sus propias aventuras. La misma
categoría más general de literatura nacional, con delimitaciones geográficas o
lingüísticas, está puesta en duda en el debate mundial. Ya en el mismo año de
la polémica Roa Bastos-Villagra Marsal, en Cultura
y verdad, el antropólogo y poeta Renato Rosaldo observaba el fuerte
desarrollo autónomo de la literatura chicana en los EEUU, y mostraba, entre
cosas, que dicha literatura era genuinamente norteamericana así como mexicana.
O mejor: no era de ninguna de las dos. Más recientemente, el escritor mexicano
Jorge Volpi, en El insomnio de Bolívar,
llega a hablar incluso de la inexistencia de la literatura latinoamericana, con
un poco de pura pose generacional, pero también con cierto grado de verdad, en
cuanto el escritor latinoamericano ya no se encuentra atado a referentes solo
nacionales para desarrollar su literatura. El mismo Volpi es un ejemplo de
ello: su libro En busca de Klingsor
puede bien ser una de las mejores novelas alemanas sobre las relaciones entre
la política y la ciencia en la Segunda Guerra Mundial. O, para hablar de
Paraguay, ¿por qué el narrador Javier Viveros anuncia la edición de un volumen
de cuentos titulado Manual de esgrima
para elefantes, un libro de relatos ambientados en África? ¿Qué hace inocultablemente hispanoamericana a
esos dos libros, o a 2666 de Roberto
Bolaño, que tiene cientos de páginas enteras dedicadas a Europa escritas como
si el escritor chileno fuera el escritor germano Winfried Georg Sebald? Lo que
la hace hispanoamericana (y no), además de la presencia trémula de un México en
llamas, es el hecho más frágil y poderoso a la vez de esté escrito en español.
Y aun así abundan los ejemplos de escritores en la literatura del siglo XX que
han escrito en una lengua que no tiene por qué ser la oficial de su país: basta
citar el perfecto inglés del polaco Joseph Conrad.
Paraguay y la industria editorial
¿A
qué vienen estas reflexiones? A que la literatura paraguaya actual no puede
estar desligada del contexto de la literatura del continente y del mundo. Ha
empezado también a soltarse más, desde la propia temática, hacia horizontes
pocas veces sospechados en el pasado. Empieza a asumirse más con una herencia
multicultural dentro del propio país, por poner un ejemplo.
Por
otro lado, tiene sus particularidades extraliterarias. No se puede entender lo
que pasa actualmente en Paraguay en cuanto a poesía, narrativa, ensayo, etc.
etc., obviando las circunstancias propias en que se realiza el quehacer
literario paraguayo. Por ejemplo: pocos
sellos editoriales, mucha edición de autor, una política de fomento del libro
todavía en pañales, aunque hay que decir que acrecentada por el contexto del
Bicentenario, escasa visibilidad de los autores en los circuitos libreros de la
región, tiradas por debajo del promedio en los demás países (1000 ejemplares
como máximo), una cultura lectora, finalmente, poco estimulada por tener
incluso una larga tradición casi ágrafa en un contexto de fuerte analfabetismo
de a poco subsanado. Aun así, es mucho lo que se ha construido a lo largo de
los últimos 20 años en materia de soportes y promotores de la literatura
paraguaya, desde la cotidiana calidad
del papel hasta las instituciones que impulsan la lectura.
Por
sobre este contexto específicamente relacionado con el ámbito de la industria
cultural literaria, hay un país que progresivamente se ha ido convirtiendo de
uno eminentemente rural a otro predominantemente urbano. Lo cual no es un dato
desdeñable. Hoy mayor cantidad de gente vive en las áreas urbanas que en las
rurales, en comparación con 1953, año en que Augusto Roa Bastos publicó los
“ruralísimos” cuentos de El trueno entre
las hojas. Esta transformación no fue natural, hay que decirlo, fue
impuesta, aun cuando cierta sociología complaciente pretende mostrar lo
contrario. La vida bulliciosa en las ciudades (Asunción, toda el área
metropolitana, Encarnación, Ciudad del Este) tiene directa relación con una
dinámica agraria quebrada desde afuera: la extensión de la frontera agrícola,
una reforma agraria corrupta que entregó tierras a militares y civiles acólitos
del dictador Stroesser, el avance del monocultivo, la migración forzada de
grandes comunidades heridas en su arraigo ancestral, la formación de cinturones
de pobreza, el surgimiento de una clase media algo satisfecha pero con
profundas taras sociales arrastradas por su desarraigo original. Esta migración
interna, también tiene su contracara externa, ese otro Paraguay que vive
allende sus fronteras: la que en las décadas del 40 y el 50 tuvo como epicentro
a Buenos Aires, y en los últimos años a España.
Ausencia de crítica literaria
Tenemos
así, a grandes rasgos, el teatro de operaciones de la literatura paraguaya de
las últimas dos décadas. En lo macro: democracia imperfecta, herencia corrupta
del stronismo, alta migración interna y externa, consolidación de nuevas clases
sociales (existe una, la de los nuevos ricos de los 70 y 80, que ha bebido de
los grifos generosos del boom de Itaipú, adoradora impenitente del mal gusto
arquitectónico y la ostentación kitsh);
y en lo micro: una industria cultural libresca con mayor vitalidad, pero
todavía pequeña y poco profesionalizada.
Un
dato no menor de la cocina de la literatura paraguaya es la casi inexistencia
de una crítica literaria sólida, consciente y comprometida con su importancia
en el engranaje social del ámbito literario. Es decir, el carácter mediador, a
veces vilipendiado, en otras insoportablemente necesario de la crítica
literaria no cumple su tarea en Paraguay. El mismo Roland Barthes decía que la
crítica literaria iría desapareciendo, dejando paso una disciplina más plural,
más amplia, de interpretación de los textos. En Paraguay la crítica ha
desaparecido –en algún momento la hubo y de las buenas- pero para dejar paso a
la nada, al silencio.
Vasos comunicantes de la literatura actual
A
instancias metodológicas y de comodidad, probablemente más de lo segundo que de
lo primero, he intentado identificar lo que llamaría algunos vasos comunicantes
de la literatura paraguaya en las últimas dos décadas. En algunos casos, son
temas; en otros, características particulares que hacen al escritor o escritora
y sus obras.
Lo urbano
Cuando
hablamos de un país que ve cómo progresivamente van creciendo los centros
urbanos en su geografía, en otros tiempos de dominante tierra roja, estamos en
posición de encontrar ya, sobre todo en narrativa, una interesante cantidad de
textos con la impronta urbana. Aun cuando todavía no contamos con un clásico
del género (como si lo tienen desde hace mucho tiempo Argentina, por ejemplo,
desde Roberto Arlt o el Adán Buenos Ayres
de Marechal, o México con La región
más trasparente de Carlos Fuentes, escrito este último por la misma época
en que Roa Bastos escribía sus cuentos sobre las glorias y las miserias del
campo). Probablemente, solo las nuevas generaciones, tímidamente la de la
década del 80, con más fuerza las de los 90 y la que pasó recientemente,
asumieron lo urbano como tema o como fondo preponderantes. Incluso un escritor
obnubilado por los pliegues de la historia paraguaya y por la mitología popular
campestre, Helio Vera, había empezado a urdir interesantes muestras de cuentos
urbanos en su último libro de relatos, Trofeos
de la guerra, cuando los sorprendió la muerte.
Hace
unos 5 años, además, un grupo de jóvenes escritores editó un libro titulado Anales urbanos, en donde el denominador
común era, precisamente, ese mundo nuevo y violento, donde la muerte acecha con
diferentes caras, de una ciudad, en este caso Asunción. Algunos de los
escritores que formaron parte de la colección intentaron la misma búsqueda en
volúmenes individuales, como son los casos de Julio Benegas Vidallet y Javier
Viveros. El primero, en los relatos de Tereré
en la plaza y la novela corta Soledad,
en la que se muestra las peripecias del amor en una ciudad descompuesta por
la pobreza y la opresión; el segundo, en su libro de cuentos Urbano, demasiado urbano, donde destaca
“Asunción era una fiesta”, una farsa sobre la influencia de los medios masivos
de comunicación en la vida privada de la gente. Mónica Bustos, en su novela Chico Bizarro y las moscas construye una
thriller tarantinesco apoyada en aquello que Marx decía era la segunda
repetición de la historia, esta vez como comedia: Roa Bastos, drogado por un
médico inescrupuloso, es alquilado a un multimillonario mafioso, las redivivas
misiones jesuíticas ya no trafican yerba mate sino mariguana, etc. etc. El
periodista Mario Ferreiro sorprendió con su primer libro de cuentos, El tranvía (ahora sorprende
candidatándose a presidente de la república), en donde recupera ciertos tics de
determinados círculos sociales del pasado asuceno, como es el caso de la
resistencia universitaria a Stroessner, los grupos de creación artística de los
70, entre otras cosas. José Pérez Reyes, por su parte, en Clonsonante busca la excepción a la regla en medio del tráfago
urbano, el austeriano dedo del azar que es al mismo tiempo el del destino. Juan
Ramírez Bierderman, en su libro de cuentos Nobis
recrea la vida de un barrio asunceno, Las Mercedes, con sus amores clandestinos
y sus criminales nazis prófugos y escondidos en conventillos de mala muerte.
Las nuevas clases sociales
En
lo relativo a la narrativa sobre las nuevas clases sociales, hay dos ejemplos
no muy leídos ni conocidos, pero de gran importancia en el horizonte actual. El
primero es el de Jorge Rolón Luna, quien en los relatos de El Sicario pone en primer plano los sueños vacíos, los prejuicios,
las mezquindades y las hipocresías de una clase media orgullosa y viciosa, casi
como los paranoicos vecinos de John Cheever. El segundo es Nico Granada, quien
en Que de mi piel un robot haga origami,
entre kafkianos frescos en miniatura de la cotidianidad contemporánea
posmoderna, en un relato titulado “Kitsch: una comedia paternofilial asuncena”
retrata la decadencia de una familia típica de entre los “nuevos ricos” de
Itaipú de los años 80, simbolizada en el enorme, inservible y vacío contenedor
de whisky que en otro tiempo fue sinónimo de estatus, a la vera de la
cursilería más barata.
Narrativa y dictadura
Una
interesante cantidad de libros que tienen que ver con la dictadura se han
publicado en los últimos años. Desde el hoy ya clásico en el género Celda 12, de Moncho Azuaga, pasando la
muy cínica Asunción bajo toque de siesta
de Hermes Giménez Espinosa, la novela de la búsqueda de identidades de Lourdes
Talavera, Sombras sin sosiego, hasta
llegar a la que es, probablemente, la mejor de las novelas escritas por Renée
Ferrer hasta la fecha, La Querida, la
prosa de los escritores y las escritoras paraguayas han comenzado recién a
mirar con cierta distancia ese periodo oscuro de 35 años de dictadura en
Paraguay. Quizás aún no se ha escrito una novela sobre la era stronista sin el
dramatismo de la victimización –necesaria también, pero no excluyente-, con los
recursos de la mirada más oblicua, imaginativa y crítica de novelas escritas
sobre el mismo tema en literaturas de otros países, que podemos ejemplificar
con la novela El vano ayer, del
español Isaac Rosa, con su talante polifónico, sus puntos de vista plurívocos y
contradictorios.
Mezcla de lenguas
El
fenómeno del bilingüismo desvelo desde temprano a la literatura paraguaya.
Desde el llamado jehe’a (mezcla de lenguas, sin subvertir la lógica lingüística
de ninguna de ellas) de Emiliano R. Fernández, pasando por las experiencias de
Roa Bastos en Yo el Supremo y Rubén Bareiro Saguier en su poemario A la víbora
de la mar, los escritores paraguayos han ideados estrategias para dar cabida en
la literatura a la realidad del bilingüismo. En la narrativa actual, el ejemplo
de El rubio, la novela de Domingo
Aguilera es una muestra contemporánea del intento de llevar al texto narrativo
el jopará (una mezcla aún más radical: una lengua afecta y modifica
morfológicamente a la otra). El fenómeno
transfronterizo también tiene su influencia en la literatura escrita. Un grupo
de escritores de las nuevas generaciones, aglutinados en torno a las ediciones
cartoneras a la manera de la Eloísa argentina de Washington Cucurto, escriben
en una forma lingüística que denominan “portuñol selvagem”, una mixtura de
guaraní, español y portugués que se da en el habla cotidiana en la zona de la
Triple Frontera. Edgar Pou, Cristino Bogado, Douglas Diegues son algunos de los
cultores de este tipo de expresión literaria, a veces un tanto forzada, en
otras reflejos genuinos de una realidad social.
La migración
Dos
ejemplos de escritores que muestran algunas de las caras de la migración. Por
un lado, la realidad de un grupo social originalmente extranjero afincado en
Asunción, el de la comunidad judía, tiene en Susana Gertopán una diestra
narradora de sus imaginarios colectivos. En Barrio
Palestina, en El otro exilio y,
sobre todo, en El callejón oscuro,
esta escritora pone en relieve las marcas, las señas de identidad de una
minoría social compenetrada ya desde hace tiempo con Asunción, a la que dota de
sus propios sentidos míticos. Por otro lado, el pintor y cineasta paraguayo
Enrique Collar ofreció en Polietileno
una crónica a veces amarga, otras ásperamente divertida, de la realidad de los
paraguayos en Buenos Aires, esta gran ciudad a la que Manuel Mujica Lainez
llamó “misteriosa” y ante la que Ezequiel Martínez Estrada se rendía anonadado
por sus enormes construcciones, su cabeza de Goliat, las mismas construcciones
que, según resaltaba hace un par de años Beatriz Sarlo en una entrevista que le
hiciera, fueron edificadas por obreros paraguayos que huían de las penurias
económicas y políticas del Paraguay.
Collar se convierte en un cronista privilegiado de cómo golpeó a los
paraguayos la era menemista, con sus privatizaciones y sus ajustes. Algo así
como una actualización de El baldío,
de Roa Bastos, que en los 60 había escritor relatos de ambiente bonaerense,
relacionados sobre todo con exiliados políticos.
En
octubre de 2011, Santiago Arcos editor, de esta ciudad, publicó una antología
de narrativa contemporánea paraguaya, titulado sugestivamente Los chongos de Roa Bastos. La misma
estuvo preparada por Sergio Di Nucci, Nicolás Recoaro, Alfredo Grieco. La
muestra es, como todas las muestras, incompleta, pero acerca al lector
argentino algo de lo que se está haciendo ahora en Paraguay en materia
narrativa. Además de los ya citados Viveros, Aguilera, Diegues, Granada, Bogado
y Pérez Reyes, están incluidos Monserrat Álvarez, Edgar Pou y Damián Cabrera.
Quizá acicateados por el título, revistas culturales porteñas le dieron
destaque a esta colección de relatos.
Escribir fuera del país
Mención
aparte para tres escritores paraguayos relativamente jóvenes que viven y
escriben en Argentina. Uno de ellos vive en esta misma ciudad, y se llama Ever
Román. Su primer libro de cuentos, Osobuco,
fue editado aquí, y transita la misma senda urbana, pero también trafica
con el sentido de la reflexión sobre la misma literatura. Sus cuentos prefieren los múltiples
escenarios vivientes: los barrios, la clara soledad de los ríos, la inmensidad
del páramo chaqueño. Osobuco está
dedicado, casualmente, a Humberto Bas un escritor paraguayo que vive en Neuquén,
y cuya novela El Superpalo es un telúrico delirio post realismo mágico, en un
pueblo imaginado que en el fondo es el San Ignacio natal del escritor. En sus
cuentos practica un recurso generalmente poco feliz en la literatura paraguaya,
pero que en el resulta definitivamente acertado: el humor ácido, la ironía
filosamente sutil. Finalmente, Óscar Fariña escribe poesía, pero su poesía es,
como suele ser la de Jacobo Rauskin, muy narrativa. Vive en Buenos Aires, y su
libro Pintó el arrebato tiene
postales de su sangre cultural paraguaya, de su impronta mestiza de hoy día, en
un tono de cronista suburbial. En su poema “Manchas”, que cito completo, le
toma el ritmo a la huella identitaria de su historia:
cuando
mi vieja
se
hizo el documento
argentino
tenía
lo
dedo tan roto
de
fregar
la
casa argentina de
su
patrona argentina
que
al momento
de
tocar el pianito
la
tinta
acumulada
en lo tajo
traversale
del pulgar
le
impidió
al
cobani
hacer
una buena
impresión
de la hueya
y
hoy por eso
en
vez
de
prolija espirale
la
identidá -extranjera
de
mi mamá -paraguaya
para
la ley -argentina
consiste
en una mancha.
El
año pasado, Fariña publicó una reescritura del Martín Fierro en lenguaje “pibe
chorro”. Fariña hoy día, como lo fue el propio Cucurto, está a la vanguardia en
Argentina de la literatura alejada de los oropeles y cercana al pulso de lo
marginal.
Erotismo
Lo
erótico es preponderante en los relatos de Amanda Pedrozo, quien varios años
después de su último libro publicó en 2010 El
diablo por un agujero. La aventura erótica de Pedrozo es, por momentos y
como quería Susan Sontag, una defensa de la imaginación pornográfica. Su
hermana, Mabel en Perversidad y en Las arrugas
de la Virgen, ofrece cuentos en donde lo macabro, las bromas pesadas del
destino, son una marca. Ambas prefieren
personajes femeninos que se encuentren, choquen en determinadas circunstancias
con el deseo de otra vida frente al rol social que se les ha asignado. Otra
mujer, Chiquita Barreto, también ha incursionado en el relato erótico en el
libro Con el alma en la piel. Pero
son sus dos novelas Mujeres de cera y
La voz negada las que muestran un
amplio retrato, en tono poético, de la vida de las mujeres tanto en el campo
como en la ciudad en el Paraguay.
Narrativa histórica
Finalmente,
la que fuera por mucho tiempo la reina de la narrativa paraguaya, la que abreva
de la historia, ha retrocedido en su influencia. El autor más destacado de los
últimos años es Guido Rodríguez Alcalá, quien vuelve al siglo XIX en El peluquero francés y muestra con una
ironía y un humor exquisitos una Asunción con ademanes europeos en medio de
intrigas de toda laya. Tal vez otro de los pocos ejemplos citables del siempre
efectivo género de la novela histórica sea Donde
ladrón no llega, de Luis Hernáez, publicado hace más de quince años. Aquí
las misiones jesuíticas son la excusa para una reflexión sobre el pasado
colonial.
Así,
este rápido muestrario de lo que se viene haciendo en la narrativa paraguaya,
sobre todo en la última década, es un recuento de la actual literatura en el
doble sentido de la palabra actual: el que se refiere simplemente a las obras
publicadas en un tiempo determinado, y también, más complejamente, a las formas
actuales de la literatura, las que expresan no solo lo que es su tiempo, si no
además las que expresan cómo se escribe en este tiempo. Así, incluso, como
decía Borges con respecto a Salambó
de Flaubert: la novela del francés puede hablar de Cartago, pero es una típica
novela del siglo XIX.
En
muchos casos, diría que en la mayoría, las variadas formas de escritura que
existen en la narrativa paraguaya son poco conocidas. En Paraguay hay una
literatura visible, y otra invisible o invisibilizada, porque muchas veces se
reivindica invisible o porque cierto
establishment no se fija demasiada en esas maneras otras de hacer literatura.
Jorge Canese y Joaquín Morales serían dos ejemplos, en poesía y narrativa, de
cómo escritores de otras generaciones se sienten más cercanos a las nuevas
camadas por la actitud y el temperamento de su escritura. Por lo demás, según
se puede ver, la narrativa paraguaya no
solo existe, sino que goza de buena salud. Aun cuando traspase poco las
fronteras, y sea testimonial y vocacional su batalladora naturaleza. Muchas
gracias.
porounhol es lo ke yo hago, ojo! la diferencia con su gemelo brasiguayo, el portunhol selvahem, es ke los ingredientes autoctonos predominan, es decir el léxiko guararni y español, joparaizados, claro, y el portugues (y otros idiomas) son como el picante espolvoreado sobre su prosa makarrónika...
ResponderEliminarHace 18 minutos · Me gusta
Cristino Bogado "Mónica Bustos, en su novela Chico Bizarro y las moscas construye una thriller tarantinesco: Roa Bastos, drogado por un médico inescrupuloso, es alquilado a un multimillonario mafioso, (...)"
Hace 17 minutos · Me gusta
Cristino Bogado Maciel también fue convertido había siddo en personaje de ficción! jajaja Esteban Bedoya, José Vicente Peiró
Hace 16 minutos · Me gusta
Cristino Bogado sí, el titulo sexy, atrajo a los periodistas kurepas! vos decís pio? Los chongos son inmigrantes paraguayos ke le consolaban a los putos semi-ocultos de lso años 50-60, eso cuenta Sebreli en sus memorias al menos...Y Perlhonger depois teoriza el fenómeno en sus clásicos tratados sobre la prostitución masculina...pero creo le dieron bola por akello de pobrecitos de estos paraguayitos...por piedad a los los vecinos pobres o porke de repente la editorial santiago arcos tiene cierto atractivo entre las editoriales independientes...
Por favor, no se ha puesto el nombre de la persona que leyò esta presentación en la Feria del Libro en Baires, el 1 de mayo de 2012. Me interesaría saberlo. Gracias.
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