9/1/10

Brígido Bogado: “Para el mundo indígena sigue habiendo dictadura”

Estaba sentado en un céntrico bar-restaurante asunceno. Frente a mí, una botella de cerveza. Esperaba a Brígido Bogado (1963), quien desde hacía unos días estaba en Asunción, procedente de la comunidad Pindó, en Itapúa. “¿Por qué un café con este calor –me dijo en guaraní por teléfono, unos días antes, al aceptar mi invitación-, parece que es mejor una cerveza”, sugirió riendo. Y cumplí al pie de la letra su indicación. Llegué media hora antes y él justo a la hora pactada porque, como me dijo más tarde, para los mbya la puntualidad es un valor.

Conocí a Brígido, paradójicamente, fuera del país, en Buenos Aires, en donde coincidimos en la Feria del Libro de principios de 2009. Con el ruido persistente de la calle Corrientes de fondo, me contó que las comunidades indígenas y campesinas de Itapúa se encuentran constantemente amenazadas por la soja, por los agrotóxicos. Productores paraguayos, brasileños, alemanes y japoneses conforman la “multinacional” de la oleaginosa en esa parte del país. Para ellos trabajan gran parte de los habitantes de los asentamientos ubicados allí, muchas veces desmalezando lo que las modernos métodos no han podido hacerlo. Esta realidad es relativamente reciente, y algo de ello se cuela entre los versos de Brígido.

Nacido en el tapyi de Arroyo Frazada, cerca de la colonia Fram, en Itapúa, el poeta pasó gran parte de su infancia y adolescencia lejos de su comunidad, como criado de una familia de Carmen del Paraná. Estudió en escuelas y colegios religiosos. Luego se matriculó en Filosofía en el Instituto de Teología de la Universidad Católica de asunción. Fue durante sus estancia en isntituciones de influencia religiosa en donde se rodeó de libros que lo fueron llevando poco a poco a la creación literaria. En el Seminario “teníamos una biblioteca completa –cuenta-. Empecé a leer todo lo que era literatura, poesía, cuento, fábula, novela, y fue lo que me llevó a gustar de la poesía”. Pero no solo eso, una profesora de sus tiempos de estudiante secundario le dijo: “Brígido, vos tenés que escribir porque tenés muy buenos pensamientos y tenés facilidad de palabra”, según cuenta el mismo Brígido. Y él no tardó en seguir el consejo de aquella profesora: en tercer curso del bachillerato ganó un concurso de poesía en el colegio. “A partir de ahí fui escribiendo y acumulando todo ese trabajo, sobre todo escribía también porque era una forma de salvarme de muchas cosas, porque yo estaba entre los no indígenas y era bastante rechazado”, explica con cierta expresión amarga, pero para nada dramática. Algunos de los títulos que publicó son La tierra y el ser, El ayer y el hoy y Canto de la tierra. “El canto de este mbya se abre en un caulda torrentoso, capaz de decir la rebeldía, la angustia, la tristeza, el amor, la ternura, el llanto, el ruego”, escribe la poeta Susy Delgado en el prólogo de Canto de la tierra, publicado en 2007.

Ya de joven, Brígido volvió a su comunidad y sintió el llamado de su sangre y su historia. Se comprometió desde el primer momento en la trabajo por ella y, de hecho, uno siente que su propia poesía él la entiende, en última instancia, como un aporte social a sus orígenes y su gente. Hoy es un reconocido docente de la comunidad, labor que suele traerlo a Asunción en jornadas organizadas por el Ministerio de Educación.

-¿Cómo ven tus amigos, tus familiares de la comunidad tu inclinación hacia la poesía?

- Hubo un tiempo en que había un cierto temor o desconfianza, no había mucho acercamiento. Pero después cuando pasó el tiempo, ya no hubo problemas. Ellos sabían que existía un mbya estudiando afuera, pero eso me contaron ya después. Porque los dioses ya habían hablado de esto dentro de los ritos, y eso para mí fue muy fuerte cuando hubo el acercamiento, cuando me aceptaron de vuelta. Una sinceridad total. A partir de eso, el hecho de escribir es algo totalmente nuevo para los mbya. En la zona de Itapúa hubo bastante resistencia para la implementación de la educación formal. En 1989 se forma la primera escuela indígena en Itapúa. El pueblo mbya guaraní es bastante resistente a los que no es nuestro. Conmigo se inició la primera escuela, fui el primer docente.

-¿Cuál es la influencia de la cultura mbya en tu poesía?

-Siempre estuvo ahí, por el hecho mismo de la discriminación que yo sentía, que yo experimentaba diariamente. Yo digo que eso por lo menos va cambiando, a medida que la gente se va dando cuenta del valor de la cultura y el de la persona misma. Sinceramente te cuento que hasta ahora, de parte de la gente que no me conoce, hay un cierto rechazo. Siempre estuvo presente la cultura y la naturaleza en mi poesía, porque eso es lo que se respira dentro de una comunidad indígena: el respeto a las personas, a la naturaleza, a la propia cultura. Se siente que hay que agruparse, permanecer juntos para que sea lo más original posible, porque la influencia de la cultura foránea es muy fuerte.

Cuando se trata de lecturas e influencias, Brígido es profundamente paraguayo. Menciona los nombres de Augusto Roa Bastos y Elvio Romero, pero también el de Rafael Barret y, sobre todo, ese gran poeta guaraní y campesino que fue Darío Gómez Serrato. “La compilación de poetas sociales hecha en dos tomos por Luis María Martínez también leí mucho y me influenció”, completa. “Todo eso influye, es como tomar esas experiencias y relacionarlas con el mundo indígena, mezclar todo eso y sacar algo que sea original, algo propio. Tengo sentimientos similares a los poetas de la época de la dictadura, porque hasta ahora por lo menos para el mundo indígena sigue habiendo dictadura”, remata con énfasis en la última palabra.

Hacia el final de nuestra conversación me contó que en estos momentos se encuentra buscando financiación para formar un centro cultural en Pindó, el mismo incluiría una biblioteca y un museo que reúnan la sabiduría milenaria de los mbya y se inserte, a su vez, en una ruta turística del Sur del país que promocione la producción simbólica de la comunidad. También me cuenta que desde enero se meterá de lleno en la tarea de escribir una historia de los mbya en Itapúa, una misión que no lo arredra y que será un aporte importante para la cultura paraguaya. Le deseo suerte en sus emprendimientos, nos tomamos el último trago de cerveza y nos despedimos, conscientes de que es el cometido de este país imaginar sueños y destinos comunes para los paraguayos y los indígenas, ambos diferentes e iguales al mismo tiempo.

La Historia

Desde hace 500 años

estoy muerto.

He muerto en manos

de capangas y capataces,

de terratenientes,

quienes compraron mi hogar

y lo convirtieron en cenizas,

fui muerto

por querer salvar a mis hijos.

He muerto

por defender

las bellezas de mi Madre

que fue y es ultrajada

desde entonces,

y aún no se contentan,

aunque ya no tenga

belleza su cuerpo,

le han hecho pedazos

cruzándola de alambradas

que destrozan su cuerpo,

llenándola de heridas.

He muerto por querer vivir.

Más vivo que muerto,

más muerto vivo.