A Mariela Gauto, una voz en la ciudad
Ayer cantaste
bajo el aura fugitiva de las estrellas.
Apretujada por el cemento de la ciudad,
estrellas cantaste ayer,
aura fugitiva.
21/5/07
Bifurcaciones
Sentados en un banquito derruido
de una plaza de Buenos Aires,
rodeados por las palomas mustias del atardecer,
te confesé, amiga mía, que te amaba.
A la mañana siguiente,
tomaste tus ropas y tus libros
-la poesía completa de Paul Celan
robada por mí y regalada a vos-
y volviste a Europa en el primer vuelo de Lufthansa;
y yo, con los ojos insomnes,
partí de Retiro,
en un ómnibus prosaico y frío,
hacia las rotas horas de Asunción.
de una plaza de Buenos Aires,
rodeados por las palomas mustias del atardecer,
te confesé, amiga mía, que te amaba.
A la mañana siguiente,
tomaste tus ropas y tus libros
-la poesía completa de Paul Celan
robada por mí y regalada a vos-
y volviste a Europa en el primer vuelo de Lufthansa;
y yo, con los ojos insomnes,
partí de Retiro,
en un ómnibus prosaico y frío,
hacia las rotas horas de Asunción.
Sensación equívoca
Tenía la misteriosa e insana sensación
de que la cabeza me crecía
hasta llegar a la bóveda celeste.
Y sin embargo,
eras vos nomás
que lejana latías y crecías
en un cuartito tibio de Sajonia.
de que la cabeza me crecía
hasta llegar a la bóveda celeste.
Y sin embargo,
eras vos nomás
que lejana latías y crecías
en un cuartito tibio de Sajonia.
Las dos noches
Cuatro paredes fraguan mi soledad nocturna.
Afuera, una noche cenicienta y descarada
me recuerdaque estás allí,
en algún lugar donde sos centro y yo periferia,
lejos de esta puerta, cerca del olvido.
Cuatro paredes encierran una noche más vasta,
más terrible que aquélla constelada de estrellas,
amiga de tus ritos y tus batallas,
puñal sacrílego de mis horas sin relojes.
Afuera, una noche cenicienta y descarada
me recuerdaque estás allí,
en algún lugar donde sos centro y yo periferia,
lejos de esta puerta, cerca del olvido.
Cuatro paredes encierran una noche más vasta,
más terrible que aquélla constelada de estrellas,
amiga de tus ritos y tus batallas,
puñal sacrílego de mis horas sin relojes.
California y el amor
¿Quién iría a pensar
-me dijo una vez un hombre en un bar asunceno-
que la mujer que amé por tantos años,
sobre el lodo y sobre la arena de un mar lejano,
habría de llamarme un día para decirme
que California es tan pero tan bella
que se quedaría a vivir allí el resto de su vida?
Desde aquella llamada –concluyó-
pienso todos y cada uno de los días de mi vida
qué tendrá California de tan bella.
-me dijo una vez un hombre en un bar asunceno-
que la mujer que amé por tantos años,
sobre el lodo y sobre la arena de un mar lejano,
habría de llamarme un día para decirme
que California es tan pero tan bella
que se quedaría a vivir allí el resto de su vida?
Desde aquella llamada –concluyó-
pienso todos y cada uno de los días de mi vida
qué tendrá California de tan bella.
La mano sin adiós
Estás sentada sobre un muro de silencio y arcilla.
Hace apenas dos minutos,
tus labios tristes besaron los míos,
mucho más tristes todavía.
Me voy,
y una mano sin dedos, sin uñas,
sin lentos surcos abiertos en la palma,
sin sangre y sin vida,
no se atreve a decir adiós.
Hace apenas dos minutos,
tus labios tristes besaron los míos,
mucho más tristes todavía.
Me voy,
y una mano sin dedos, sin uñas,
sin lentos surcos abiertos en la palma,
sin sangre y sin vida,
no se atreve a decir adiós.
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