8/6/09

Mario Benedetti: Literatura y tautología

Aveces hay facetas literarias menos conocidas, esquinas menos visibles de un escritor, desprovistas de oportunos faroles públicos que las iluminen y las preparen para la llegada de un súbito lector. Es hasta si se quiere normal que eso suceda: un reconocimiento bien ganado en un lugar (el de la poesía, pongamos por caso), pocas veces es equiparable a la posibilidad de ganarlo en otro (el ensayo, por ejemplo). Sucede, es cierto, pero no siempre. Grandes poetas —pienso en Jorge Guillén o en T. S. Elliot— han demostrado que campos como la crítica, e incluso la teoría de la literatura, no eran foráneos e inextricables para su lucidez, sino compañeras en la persecución del conocimiento y el misterio que sus propios poemas realizaban. En otros casos, incluso, todo el afán puesto en una carrera literaria de ficción es superado, soberanamente, por la acometida en géneros considerados menores: pienso, entre otros, en la neblinosa Anaïs Nin, menos perdurable por sus cuentos y novelas que por sus procelosas confesiones a su diario íntimo y dulcemente herético.
Mario Benedetti, lo sabemos, fue esencialmente un poeta, aún cuando la apretada libertad del cuento o el inmensurable panóptico de la novela animaban a su pluma. Como poeta innúmero y abarcativo, hizo muchos goles, pegó no menos pelotas en los palos, y otras fueron franca y llanamente a las graderías, para utilizar un símil futbolero que no habría desdeñado, nos arriesgamos, el mismo Benedetti. Como cuentista fue menos profuso, pero dejó algunas piezas cuya exclusión del panteón del género sería poco menos que criminal. Como novelista siguió siendo melancólicamente crítico con la vida real y sus dolores impuestos, aún cuando la monotonía temática y la tentación del final sentimentalista se traspasaban sin pudor de un libro a otro. Me parece que como crítico es donde surge el más inexpugnable de todos los Benedettis posibles. No tardó en entender (porque no era cínico) que la literatura hecha en América Latina, especialmente la de las décadas del 50, 60 y 70, era inseparable de la “realidad que delira” en el interior del continente, aún cuando se tratara dehurgar en la de miedosos congénitos de “la realidad”, como Borges. Y que así como esa realidad era y es problemática, la literatura es también necesaria y genuinamente problemática, tanto en sus motivaciones como en sus arcadas internas para decirse como tal. No dejó deanalizar las obras de casi todos los más grandes poetas, prosistas y ensayistas de AméricaLatina en el siglo XX, y aún de exponentes oriundos de otras lenguas y otras latitudes. Si uno mira Los ejercicios del criterio (SeixBarral, 1996), libro antológico de decidida impronta martiana, se encuentra con que, para dar una muestra, toda la exégesis corriente y al uso de hoy día ya se encuentra esencialmente enunciada en el abordaje d eobras, por aquel tiempo novísimas, como las de Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Augusto RoaBastos (con dos escritos magistrales sobre Hijo de hombre y Yo el Supremo), Gabriel García Márquez, Nicanor Parra, Roque Dalton, Antonio Cisneros, Felisberto Hernández, entre muchísimos otros. Al contrario de algunos contemporáneos suyos, no concebía que instrumentos teóricos como el marxismo y el estructuralismo, por ejemplo, eran agua y aceite, sino precisamente eso: meros instrumentos teóricos, no fines con“tintes pasionales”, como ciertos crímenes. No habrá sido meticulosamente perfecto como crítico, pero demostró que entre hacer literatura y escribir sobre literatura, el resultado de la ecuaciónes siempre el mismo: literatura. Lo cual es una tautología sin serlo. Y en el caso de Benedetti, una tautología vital.

Onetti, literatura y transfusión de sangre

En alguna parte de Madama Sui, ese personaje poco recordado(y acaso uno de los más entrañables de Augusto Roa Bastos), OttavioDoria le da una lección magistral e incontestable al narrador sobre cómo escribir novelas. Doria asesta un metafórico golpe con el bastón del Capitán Ahab melvilliano en la vanidad omnisciente del escritor, del mismo Roa Bastos. Y en otro, recuerda el ejemplo clarividente de Juan CarlosOnetti (foto), solitario y urdidor de historias en su Santa María hecha de sombras, bajo el cuidado y la compañía de Dolly, su esposa. Así es: Doria homenajea no solo a Onetti, sino también a su mujer, la que por más de cuarenta años estuvo a su lado: Dorothea Muhr, una violinista profesional hoy jubilada. Ella —que todavía vive—declaró, semanas antes del centenario de su célebre marido, que para él la literatura era “como una transfusiónde sangre” que le permitía“revivir”, y que por más que sus relatos son un dechado de pesimismo genuino, “al mismo tiempo hay en ellos una alegría de vivir”. Sin pudor alguno de calificara su extinto marido como“muy mujeriego”, contó que, durante su infancia, Onetti se pasaba “encerradoen un gran armario de sucasa, con un vaso de café, un gato y un libro. Por las noches, cuando su madre apagaba la luz, usaba una linterna para seguir leyendo. Así se estropeó los ojos”.