24/6/08

De las lecturas y otras yerbas



Es una de esas semanas. Tengo la cabeza atravesada por mil dagas, mil dagas literarias. Leo varios libros al mismo tiempo, terminé de escribir un cuento y empecé otro. No es normal en mí, lo sé, lo confieso.
James Ellroy está en mi sala. Las cien primeras páginas de L.A. Confidencial son un suspiro seco y sucio. Sus frases cortas, con olor a lápida -¿cómo es el olor a lápida?, en realidad no lo sé pero me lo imaigno- taladran mi cabeza con su ritmo telegráfico. Hay tres policías: a uno de ellos le pesa el asesinato de su madre de la que fue testigo, allá en su infancia, a manos de su propio padre; a otro, de la división de narcóticos, lo miran de reojo y mal las estrellas de Hollywood y la televisión, porque los persigue por consumir drogas mientras en su cama lo espera siempre una joven y bella ex drogadicta; al tercero, una inusual concepción del honor y la ética policíacas lo sume en el desprecio de sus iguales y en la cómoda aprobación de sus superiores. Desespera Ellroy con su sordidez, pero también despierta con su palanganazo de agua fría en el rostro de sus lectores. Nunca vi la película basada en la novela ni pienso hacerlo hasta que termine el libro. No es una novedad que casi siempre uno se lleva una decepción irritante cuando ve SU libro maltratado por el cine. De todos modos, puede que haya sucedido con él lo que alguien por ahí dice que sucedió con una mala tradución de Shakespeare: ni la más infame de las traslaciones puede esconder el genio de artista verdadero.
Manuel Puig está en mi habitación, abajo de mi cama. La traición de Rita Hayworth se dejó leer, hasta ahora, unas cincuenta páginas. Le decía a Eulo, un amigo que muchos conocerán y otros pocos no, que sorprende cómo Puig se adentra como en su casa en historias que aparentemente inducen a pensar que son más apropiadas para la radionovela o la telenovela. Esa, de hecho, es su marca: hacer un collage con la novela rosa, la experimentación más sutil e impertinente, el ritmo fuera del tiempo del pueblo y sus mitos. En la novela que leo hay dos amas de casa que debaten sobre las muchas formas de hacer que quede lindo un bordado; dos empleadas domésticas se reparten la parte de la historia que saben sobre los amores y desamores -aprobados o desprobados- de sus patrones. Eso, solo eso, en las primeras cincuenta páginas. Ya empieza a aletear de a poco la magia social del cine sobre el pueblo, el olor del perfume de Rita Hayworth. Algo va a suceder, como siempre, en torno a las historias y los personajes del cine, porque ellos, aunque no lo crean, son como nosotros o como queremos ser (por lo menos en las películas).
Woody Allen también está en mi sala, aunque sospecho que solo por ahora. En algún momento llegará a mi habitación, más temprano que tarde. Ayer me prestaron un volumen que recoge tres títulos de su autoría: Cuentos sin plumas. El mismo incluye el archiconocido Cómo acabar con la cultura de una vez por todas, Sin plumas y Perfiles. También fueron cincuenta las páginas que hasta ahora me acompañaron. Me reí mucho leyéndolo, como hace rato no sucede con ninguna de sus últimas películas. Un alemán llamado Friedrich Schmeed publica sus memorias, es el barbero personal de Hitler y arroja luces sobre hechos desconocidos del Tercer Reich: Hitler se embarca en una loca carrera por saber, preguntando con ímpetu nazi a sus más cercanos colaboradores, si un cambio de look le vendrá bien para darse renovados bríos y ganar la guerra: quiere dejarse las patillas, pero no decide si permitir que le crezcan ambas, la del lado derecho o la del izquierdo. Al final, una información de inteligencia zanja la cuestión: Winston Churchill también quiere dejarse las patillas y es inconcebible que el Führer imite al líder inglés, capo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Otra revelación: una conspiración de algunos militares del alto mando está en marcha. Quieren afeitarle el célebre bigote a la máxima autoridad alemana. Milagrosamente, Hitler se salva: su verdugo actuaba a oscuras y sólo atinó a rasurarle una ceja. En otro cuento, el últimamente enamorado y vuelto a desenamorar de Scarlett Johansson, cuenta la historia poco conocida del inventor del sandwich, que no es otro que el conde de Sandwich. Éste desde niño ya había mostrado una sagrada inclinación hacia la "gastronomía de autor". En trance por el inminente momento en que inventará el bocado que solemos engullir ante la alucinada presión del tiempo, el conde avisora su cercano invento: corta dos rebanadas de pan, las coloca una sobre otra y encima de las dos pone un trozo de pavo. ¡El sandwich ya está a punto de ser inventado! Así ko es Woody Allen. Cuando uno termina de ver una de sus más recientes creaciones y sale con una leve frustración de la sesión, te ofrece la posibilidad de buscar en la mesita de la sala de tu casa un ejemplar de un libro suyo y conjurar el fracaso con una risa desvergonzada e inteligente.
Otro libro. Alberto Fuguet. Ayer traje sus Apuntes autistas de la casa de Jazmín, poeta y actriz que muchos conocerán y otros pocos no. Es un libro que te cuestiona. Te cuestiona tus propios gustos, tus propias diatribas. Tus filias y tus fobias. Es una especie de autobiografía basada en lo que el chileno viajó, leyó, vió y escribió. Con este libro partí con ventaja. Antes de prestárselo a Jazz, leí unas cien páginas, un poco -no, muy- desordenadamente. Lo mejor: su encuentro casual con Richard Ford, el autor del libro en el que está basada la película El día de la independencia. (El encuentro incluye una visita posterior al edificio en donde trabaja el escritor y guionista, en donde estaaaaa nomás Martin Scorsese). Sus divagues, muy personales, sobre el cine en particular y en general (una apología honesta, y fanática también, de John Cusak, un encuentro con Woody Allen, sus mambos con la crítica de cine). Su defensa a regañadientes del Gabriel García Márquez periodista. Su entrevista con Woody Allen. Sus referencias que le permiten a uno decir "este es de los nuestros". Lo peor: Sus ataques al llamado "cine-arte": critica la pose intelectual del cine europeo frente al armazón narrativo más asible del de Hollywood. Fuguet pretende ser un adelantado que descubre que Hollywood tiene muchísimas cosas buenas y que el "cine-arte" es snob. No alcanza a darse cuenta que esa pretendida "inteligencia" con que desdeña y defiende lo convierte en un snob más que reivindica lo que otros critican.
Hoy me trajeron el último libro de Philip Roth, Sale espectro. Es el escritor norteamericano vivo que mas me gusta, muerto Kurt Vonnegut, repetido hasta el hartazgo Paul Auster, perdida las huellas de John Updike, una sola novela leída de Don Delillo, ninguna de Thomas Pynchon que dicen que la rompe. Leí el primer capítulo y pinta bien. Un escritor solitario y de setenta años regresa después de muchos años a Nueva York, en una etapa en que la fama ya le es esquiva y el cáncer de próstata lo condena a la incontinencia urinaria. Vamos a ver cómo sigue la cosa.
Me acabo de dar cuenta que sin quererlo, casi todas mis lecturas están signadas por el cine. Ando viendo mucho cine también. De hecho, antes de terminar este divague, vi una película, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford. Interesante western, lento como no se acostumbra tanto en el género, pero si en lo más cool de Hollywood (Fuguet diría que es una mala influencia del cine europeo y yo me reiría pérfidamente). Brad Pitt como siempre: actuando para las mujeres. Él es el protagonista, él es Jesse James, pero el que interpreta a Robert Ford, Casey Affleck, se roba la película, como le viene sucediendo a menudo a Pitt cada vez que se enfrenta a un papel principal. El filme, para mi gusto, tiene partes extraíbles, unos veinte minutos de más, un elenco dispar. Ya da para sentir nostalgia del western.
Bueno, me cansé.

4 comentarios:

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  2. es muy feo fuguet!
    (eso decía el anterio que borré por apretar mal un botón, jejej)

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  3. Completamente de acuerdo con el análisis de las actuaciones de Brad Pitt! Y eso de leer de a varios libros.... típico de los buenos escritores!

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  4. Nde ¿en que parte de la sala lo que está L.A. Confidencial? Ndatopai.

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