23/12/09

El borgiano hombre de las noticias

Mañana de un sábado estival de 1999. Aula de la Facultad de Filosofía, de la Universidad Católica de Asunción. Enfrente, el poeta Jacobo Rauskin habla, gesticula, sostiene sus anteojos con una mano y con la que le sobra traza en la pizarra su letra alborotada: está analizando el poema “Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad”, de Jorge Luis Borges; pondera los fieros marineros de cigarros eternos, ponderados a su vez por el mismo Borges. Estoy en un curso sobre el autor de Ficciones, realizado en el año de su centenario. Minutos antes, había llegado con cierta inseguridad, propia de quienes detestan entrar por primera vez a un aula desconocida llena de gente desconocida, excepto por mis amigos, borgianos impenitentes, Carlos Bazzano y Javier Viveros. Desde el fondo del aula, de repente, surge una voz que pregunta algo, doy media vuelta y aparece un rostro conocido: es el conductor de televisión Mario Ferreiro, curioso de no sé qué arista semántica de la poesía de Borges. Una pura sorpresa. “¿Un borgiano en la televisión?”, nos preguntamos con inocultable desconfianza.
Esta semana, diez años después de aquel curso, ese borgiano de la televisión presentó El tranvía, su primer libro de cuentos, un género que en alguna que otra ocasión le ha permitido cierto reconocimiento en certámenes literarios. En el prólogo, el mismo Ferreiro reconoce el influjo de Borges —ineludible a estas alturas, aunque no se note—, pero también el de Charly García, Chico Buarque, Joaquín Sabina y otros. Son siete relatos escritos con una prosa precisa, telegráfica cuando tiene que serlo, levemente retórica cuando debe. Herencias de un ejercicio periodístico que el autor conoce muy bien.
El cuento que da nombre al volumen es un implacable retablo, no exento de ironía y nostalgia, de la juventud pequeñoburguesa y antidictatorial de los años setenta, con sus sueños redentores hechos a la medida de una heroicidad acaso más turística que otra cosa, aun cuando el camino esté sembrado de buenas intenciones. El “Proyecto Manhattan” es, aun cuando la anécdota no termina de afirmarse, una interesante postal austeriana de Nueva York, con fondo de Bob Dylan e imágenes de Woody Allen. “La última oportunidad” y “El mar y la ausencia” tienen protagonistas históricos: el Mariscal López, en el primero, y Stroessner, en el segundo. El autor sale bien parado en la cita con estos difíciles personajes. López suda dignidad y rabia en el encuentro de 1866 con Mitre, en Yataity Corá; Stroessner, marchito y ceniciento, días después del golpe del 89, y en su dorado exilio brasileño, sigue pensando que el teléfono sonará con el recado de “su pueblo” pidiendo su regreso al poder. “Estrella fugaz”, con un certero epígrafe de Los Redondos (“Yo sé que hay caballos que se mueren potros sin galopar”), es de lo mejor del libro: la historia del rápido ascenso y descenso de Tommy Bolin, guitarrista norteamericano de rock (que a mediados de los 70 llegó a suplantar al mítico Ritchie Blackmore en Deep Purple), muerto de una sobredosis de heroína a los 25 años, con un paraguayo como testigo y narrador.
Los escenarios, los temas y los referentes de Ferreiro vienen, por suerte, del lado oscuro de su generación, que es como decir del lado oscuro de todas las generaciones. Es una de las pocas maneras de escribir un libro honesto contigo mismo. Además de escribir un buen libro, como éste, el del borgiano hombre de las noticias.

1 comentario:

  1. Hola, Kike
    copado comentario. Ojalá alguna vez me tope el libro, pues en televisió ferreiro es poco inspirador.
    Saludos

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