2/6/10

Millennium: La otra cara del canto de sirenas socialdemócrata

Suecia es sinónimo de ese salvavidas keynesiano del capitalismo llamado Estado de Bienestar. Mientras buena parte de Europa se debatía en la reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial, Suecia vivía ya en la aparente comodidad de un país gobernado por una socialdemocracia preocupada por darle un "rostro humano" al socialismo con el oportunismo económico capitalista. Lo que ciertos teóricos luego llamaron, muy optimistamente, "tercera vía". Hoy diversos estudios prueban el fracaso de esa "tercera vía" preconizada por la socialdemocracia europea, que ha terminado por desarmar no solo lo que construyó, sino que ha sufrido una regresión calamitosa durante la "fiesta" neoliberal.

Fue en esa Suecia ajena a las tensiones de la Guerra Fría en donde nació Stieg Larsson, hijo de un ex sindicalista, periodista que, como tal, no había renunciado nunca al fundamento básico de su oficio: preguntarse qué hay detrás de lo que se nos muestra como real. Lo que encontró fue un país con demasiadas grietas sociales como para sostener su prestigio mundial. Estaba relacionado a grupos trotskistas (Larsson podría contrariar la queja del historiador inglés Eric Hobsbawm, quien en Historia del Siglo XX decía que "lamentablemente, la inclinación a escribir novelas policiacas raramente coincide con intereses izquierdistas"). Como periodista, demostró las relaciones entre la ultraderecha de su país y el poder político y financiero. Publicó investigaciones sobre el tema que aún no conocemos en español. Aun así, la trilogía de novelas titulada Millennium (conformada por Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire), además de ser una apasionante lectura en la senda de la "novela negra", es la puesta en ficción de todo el conocimiento de una realidad que ha minado la historia sueca: grupos neonazis, corrupción estatal, trata de personas, feminicidio, dictadura financiera, etc. Todo en tres libros en los que resaltan dos personajes: Mikael Blomkvist, un inteligente e incorruptible periodista que dirige la publicación que da nombre a la trilogía; y, sobre todo, Lisbeth Salander, una hacker que sobrepasa, en su oscura y huidiza heroicidad, toda referencia literaria conocida hasta ahora en personajes femeninos. Hasta el raras veces amable con sus contemporáneos Mario Vargas Llosa le dio su venia y la bienvenida oficial al Olimpo eterno de la ficción a la Salander.

Los hombres que no amaban a las mujeres, cuya insuficiente versión cinematográfica se puede ver en Asunción, es la inmersión de Blomkvist y Salander en los umbríos pantanos genealógicos de una familia relacionada con el otrora floreciente negocio industrial sueco. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina extiende la lógica investigativa hacia el aplastante poder represor de un Estado que se dice democrático, pero que no tiene empacho en matar con sus tentáculos secretos. La reina en el palacio de las corrientes de aire es la guerra total de ese Estado, y la intención de salvar su reputación, contra Lisbeth y Blomkvist, responsables de su desnudez autoritaria.

Larsson, se sabe, no vivió para ver qué placer causa en la voracidad lectora de millones de personas su fantástica trilogía. Pero sí, por suerte, para escribir y demostrar que los libros amenos también pueden ser, como antes, la contracara del poder.

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