23/6/10

Saramago: Cuando la otra margen es la que importa

«Há quem leve a vida inteira a ler sem nunca ter conseguido ir mais além da leitura, ficam pegados á página, não percebem que as palavras são apenas pedras postas a atravesar a corrente de um rio; se estão ali é para que possamos chegar á outra margem; a outra margem é que importa.»
José Saramago, A Caverna

No es nuevo esto de morirse durante un Mundial de Fútbol. Hace 24 años, un 14 de junio, Jorge Luis Borges fallecía en Ginebra (Suiza), dos días antes de que Argentina eliminara a Uruguay en los octavos de final de México 86, lo cual puede ser considerado como el último gesto de irónico desprecio por parte del autor de Ficciones hacia un deporte que aborrecía. Ayer por la mañana temprano, mientras miraba el partido entre Alemania y Serbia por el Mundial de Sudáfrica 2010, recibí la noticia infausta en el teléfono celular, la misma frasecita fatídica de cuando murió Kurt Vonnegut, hace unos años atrás: “Perdió Saramago”.

“Entraré en la nada y me disolveré en ella”, había dicho el escritor hace cinco años, para demostrar que la muerte le tenía sin cuidado, lejos de Dios, de promesas paradisiacas y amenazas infernales. Aún así, su muerte golpea a la literatura de cualquier lengua, mucho más a la portuguesa, de la que sin duda era su más grande prosista. Pocas veces se ha visto un caso como el suyo: recién cincuentenario empezó a publicar con regularidad, aunque solo con setenta años comenzaría a ser real y justamente conocido. “Comunista hormonal”, como alguna vez se definió, toda la obra de Saramago se suspende en el trapecio de los dilemas éticos en un mundo que no desconoce, por supuesto, la obtusa calamidad, pero tampoco la bella inocencia edénica. Es decir, en su manera de encarar la literatura, de poner en ella a la vida, Saramago concilió una sui generis versión del materialismo dialéctico de Marx con las parábolas fantásticas de Kafka. Aún así, en su obra no suele reconocerse la impronta marxista (ver la influencia del materialismo antropológico del Marvin Harris de Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura en El evangelio según Jesucristo). La huella kafkiana es más visible y visibilizada por los críticos (leer Todos los nombres).

Pero en lo que me parece se resume el legado que deja este narrador con dotes de brujo es en su construcción de un tipo de lector comprometido, crítico, superando incluso la artificiosa dicotomía cortaziana del lector pasivo vs. lector activo (que tan pésimamente llamó “lector hembra” y “lector macho”). Saramago exige de quien lo lea un compromiso que es de índole política, pero no del tipo que los execradores de lo ideológico suponen, con hipocresía posmoderna: la literatura consiste en encontrarle un sentido a la vida que vaya más allá de las propias palabras, que se acerque más a esa otra margen de la realidad que vivimos aparentemente y, por qué no, luego de comprenderla, la transforme. La literatura de Saramago -cuando cuenta a un Jesús humano y herético, hace votar en blanco a todo un país como forma de protesta, enceguece a una ciudad para que vea mejor sus miserias, etc.- pide un lector crítico, espera por uno que no necesariamente cumpla el sueño eterno de la revolución, pero que se anime a llegar a esa margen que está del otro lado de la superficie y del mero entretenimiento. Saramago quiere (y ha formado) un lector con ideas. No en vano una gran cantidad de jóvenes encuentran en su obra un atractivo especial: plantea preguntas, siempre.

Hoy él está en esa otra margen de la realidad que absoluta e inevitablemente desconocemos. La margen del río cuyo misterio indescifrable, probablemente, quiso conjurar con su literatura. Sabemos, sus lectores todos, que lo logró.

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