25/4/12

El aldabonazo perentorio

  
Aprendí la palabra "perentorio" gracias al primer párrafo de Las palmeras salvajes (1939) de William Faulkner, traducido por Jorge Luis Borges hacia 1940. "Sonó otro aldabonazo, a la vez discreto y perentorio, mientras el doctor bajaba las escaleras...", comenzaba diciendo aquella novela que lo conminaba a uno a elegir "entre la nada y la pena". La serena visualidad de ese arranque había sido un aldabonazo en mi cerebro. La prosa de Faulkner en la versión de Borges suele causar ese efecto. O si no pregúntenle a Gabriel García Márquez, quien en 1967, en Cien años de soledad, no pudo resistir la tentación de poner el mismo sustantivo con el mismo adjetivo: "Empezaba inclusive a perder la ilusión de ser reina, cuando sonaron dos aldabonazos perentorios en el portón...", dice García Márquez, ebrio del Faulkner retórico que bebimos mediante Borges.

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