5/7/12

Por los años de la influencia de Felisberto Hernández

En 1942, hace 70 años, un humilde concertista uruguayo, que tocaba generalmente ante un exiguo público de provincias pero que contaba con no pocos admiradores en la élite artística de Montevideo, publicó el libro Por los tiempos de Clemen Colling. El relato que da nombre al libro es una evocación no sin obvio aliento proustiano de quien fuera su profesor de piano y de sus años de aprendizaje. El volumen tenía una inscripción que advertía: «Editan la presenta novela de Felisberto Hernández un grupo de sus amigos en reconocimiento por la labor que este alto espíritu ha realizado en nuestro país con su obra fecunda y de calidad como compositor, concertista y escritor». Entre dichos amigos, cuyos nombres aparecían al pie de la inscripción de la portadilla, se encontraba, por ejemplo, el gran pintor uruguayo Joaquín Torres García. 

Hay una edición reciente, de 2009, de los Cuentos reunidos, con prólogo de Elvio E. Gandolfo, a cargo de la editora argentina Eterna Cadencia. 

Un fragmento del cuento que da nombre al libro puede parecer revelador de la influencia pocas veces vista y reconocida de Hernández en la narrativa que vendría dos décadas después en el Río de la Plata. El párrafo que copio a continuación, muy bien podría haber sido firmado por Julio Cortázar, y haber formado parte del capítulo 23 de su Rayuela.  

«Después, apoyado en la baranda de tertulia, empezaba a sentir ese silencio de sueño que se hace antes de los conciertos cuando falta mucho para empezar; cuando lo hacen mucho más profundo los primeros cuchicheos y el chasquido seco de las primeras butacas; cuando se espera oír y sin embargo es más lo que se ve que lo que se oye; cuando el espíritu, sin saberlo, espera trabajando; cuando trabaja casi como en el sueño, dejando venir cosas, esperándolas y observándolas con una distracción infantil y profunda; cuando de pronto se hace esfuerzo para suponer lo que vendrá y se mira por centésima vez el programa; cuando se repasa la vida de uno y se aventuran ilusiones; cuando uno siente la angustia de no estar colocado en ningún lugar de este mundo y se jura colocarse en alguno; cuando uno sueña llamar la atención de los demás algún día y siente cierta tristeza y rencor porque ahora no la llama: cuando se pone histérico y sueña un porvenir que le adormece la piel de la cabeza y le insensibiliza el pelo; y que jamás lo confesaría a nadie porque se ve a sí mismo demasiado bien y es el secreto más retenido del que tiene algún pudor; porque tal vez sea lo más profundo del sentido estético de la vida; porque cuando no se sabe de lo que se es capaz, tampoco se sabe si su sueño es vanidad u orgullo».

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