27/8/09

Un espectro en Nueva York


Aveces un escritor te cae mal de entrada por algún tipo de comentario que hizo con respecto a algo o alguien, y con el cual estás profundamente en desacuerdo. Prejuicios del oficio, podría llamarse. Eso fue lo que me sucedió con Philip Roth. Recuerdo haber leído, hace bastante tiempo, una entrevista a Woody Allen, en donde el interlocutor del cineasta le pregunta su opinión sobre la literatura de Roth. Allen responde que le agrada sobremanera –o algo así, pues lo cito de memoria–. El entrevistador dice “¿ah, sí?”, saca una grabadora y agrega: “Pues él no opina lo mismo de usted”. Entonces deja correr la grabación en donde Roth se despacha sin miramientos de ninguna índole contra el autor de Cómo acabar con la cultura de una vez por todas. A mí me pareció ese hecho un despropósito, un gesto malintencionado de un escritor que no conocía y que, sin ninguna duda, apenas lo hiciera confirmaría su mediocridad. Y la oportunidad llegó cuando compré una vieja edición de El lamento de Portnoy, su novela más conocida. Imposible: no había con qué darle a Roth. Era, simplemente, un escritor de genio. Por eso, cada nuevo libro suyo es un hallazgo y una confirmación, mal que le pese a mi otrora rabioso prejuicio.


La novela Sale el espectro (Mondadori 2008) esta está incluida en la serie de nueve novelas que tienen como protagonista principal al escritor Nathan Zuckerman, una especie de alter ego de Roth. En Sale el espectro, Zuckerman tiene setenta y un años y regresa a Nueva York después de once para tratar su problema de incontinencia urinaria tras una operación de cáncer de próstata. Una cosa aparentemente trivial, pero que allí, en esa urbe sin tiempo, alocada y febril, lo hace sentirse viejo y ajeno ya al mundo. Zuckerman halla en el The New York Times un anuncio de una pareja de escritores treintañeros que ofrecen intercambiar por un año su casa neoyorquina por otra fuera de la ciudad. El escritor se pone en contacto con la pareja, con la intención de hacer un trato y volver por una temporada a recuperar su ciudad. Lo que sucede es que termina enamorándose de la mujer desde el primer encuentro. Paralelamente aparece otra mujer, Amy Bellete, con un cáncer cerebral y a quien en su juventud había conocido en la casa del escritor E. I. Lonoff, una especie de maestro literario suyo ya muerto. Y para cerrar el cuadro, Richard Kliman es un joven escritor, amigo de la pareja treintañera, que desea escribir un libro sobre Lonoff, para lo cual necesita la ayuda de Zuckerman.

La novela es la historia de muchas fugas y evasivas crepusculares. Uno tiene la tentación de pensar en La muerte en Venecia de Thomas Mann (está citado una vez, como al pasar, el nombre del alemán): la vida se va lentamente y con ella los placeres y la misma literatura, pero queda una oportunidad para encontrar la gran excusa para mantenerse vivo y escribir. En la novela de Mann, es el joven atractivo de un hombre en Venecia. En la de Roth, la impasible belleza de la escritora en la Setenta y Uno Oeste de Nueva York. (Hay también otros nombres que Roth deja como para buscar entradas o como “cáscaras de banana para críticos”, García Márquez dixit: Joseph Conrad y La línea de sombra; T. S. Elliot y uno de sus Cuartetos, “Little Gidding”. El primero por sus connotaciones trágicas, tempestuosas; el segundo por la apelación a la metáfora del espectro que le enseña al poeta su dolor.)

También Roth bucea en la ética primigenia de la creación literaria. ¿Qué publicar y qué no? Opone dos modelos antagónicos y clásicos de la literatura estadounidense: el de Ernest Hemingway y el de William Faulkner. Por un lado, no mostrar nada que sea todavía perfectible; por el otro, mostrar la imperfección congénita del creador.

Pero Roth (o Zuckerman) va más allá aún. Busca saber dónde está la línea divisoria entre lo que se puede contar y lo que no, lo que es literario y lo que no lo es. Zuckerman, mientras le suceden cosas, escribe una obra teatral titulada Él y ella, reelaborando (a veces ni eso) conversaciones mantenidas por las personas que lo rodean, incluso sin cambiarles el nombre. Además, Richard Kliman dice poseer un secreto inconfesable de la vida de E. I. Lonoff, basado en el manuscrito de una novela que Lonoff no llegó a publicar. ¿Es posible tomar la realidad “real” –y en tiempo real– para hacer literatura? ¿Qué tanto revela una novela sobre la existencia (inconfesable o no) de su autor? Esas son las indagaciones últimas a las que remite ésta que algunos dicen será la última entrega de la zaga. Eso está por verse. El espectro salió de su encierro de once años. Pero aún no tiene su muerte en Nueva York.

1 comentario:

  1. Marche ya nomás el Nobel para Roth y un kilo de hígado vacuno para Portnoy.

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