2/6/10

García Márquez, Faulkner y las profecías

Esta semana, por motivos más bien laborales que no viene al caso relatar, extraje del estante doméstico de libros el grueso volumen correspondiente a Textos costeños I. Obra periodística (1948-1950), de Gabriel García Márquez. Me recosté cómodamente en la cama y me puse a leer al azar algunas de las magistrales piezas publicadas por el escritor colombiano en su columna semanal llamada "La jirafa", en El Heraldo, de Barranquilla, en su mayoría firmadas con el nombre de "Septimus", en alusión al personaje de La señora Dalloway, de Virginia Woolf (libro que, por cierto, lo convenció de una vez por todas de que todo, absolutamente todo, es posible en la literatura). Me detuve especialmente en dos artículos dedicados a William Faulkner, a quien por aquel tiempo ya le asignaba la capacidad de generación de un nuevo adjetivo: "maestrofaulkneriano". El primero de ellos, "El maestro Faulkner en el cine" (julio de 1950), es un elogioso comentario sobre la versión cinematográfica de Intrusos en el polvo, con el "título horrible y desacertado" de Rencor. El segundo, "Faulkner, Premio Nobel" (noviembre de 1950), es un sordo lamento porque el autor de Mientras agonizo se encontraría, a partir del galardón, con "el incómodo privilegio de estar de moda" y a sus lectores más fieles les resultaría también "incómodo ver al maestro sentado en la misma mesa con la señora [Pearl S.] Buck, con Herman Hesse, con Thomas Mann". La queja se justifica aún más porque en abril del mismo año Gabo "profetizaba" que Rómulo Gallegos sería el ganador, con lo que quería decir que triunfaría un escritor del establishment académico internacional, por lo que "no debe sorprendernos que William Faulkner no sea Premio Nobel". Al final, no solo su maestro resultó ganador, sino que el autor de Crónica de una muerte anunciada terminaría recogiendo, décadas después, dos premios "sospechosos" para su otrora ímpetu juvenil underground: en 1972, el Premio Rómulo Gallegos, que lleva el nombre del "sobreestimado" (García Márquez dixit) escritor venezolano; y en 1982, el Premio Nobel, es decir, el que lo sentaría al ladito de sus cuestionados Pearl S. Buck, Herman Hesse y Thomas Mann.

Por otro lado, y finalmente, luego de reírme de la maltrecha profecía de García Márquez, me puse a pensar en qué tanto sobrevive de Faulkner hoy, ese autor oráculo para la narrativa latinoamericana en las décadas 50 y 60. Al parecer, directamente, ya poco. Y en Paraguay, ¿quiénes lo leyeron, lo aprendieron y lo aplicaron bien? Creo que solamente dos: el Augusto Roa Bastos de Hijo de hombre, y algunos cuentos, y el Carlos Villagra Marsal de Mancuello y la perdiz. (No es casual que allá por 2002, a falta de un libro suyo, le hiciera firmar a Roa una edición de Las palmeras salvajes, de Faulkner, en traducción de Borges. Miró el libro con los ojos bien abiertos y con expresión de alegre sorpresa me dijo: "Faulkner, uno de mis maestros".)

De todos modos, Gabo, si es que hoy se acuerda de su tirria "nobelística", tiene un consuelo: se sienta a la misma mesa de su "maestrofaulkneriano".

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. el comentario es el placer mismo que el "efecto de la primera lectura" me produjo su txt! como otros antes, como sólo ud sabe producírmelos, al estilo blas.
    para que se haga comentario, pues, tuve que hacer uso de las (malditas!) palabras.
    ojalá le llegue placenteramente tb mi comentario-placer, mi placer hecho comentario!

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