9/4/12

Wislawa Szymborska, la poeta de la simple ironía

Szymborska y un ritual hasta la muerte: fumar.
Para nada sospechaba que la decisión tomada el pasado jueves por la mañana, la de poner el Réquiem de Mozart en el equipo de audio mientras mi pequeña hija Ámbar insistía tercamente en ayudarme a ordenar los libros, entrañaría para mis gustos literarios una todavía ilegible señal funesta. Wislawa Szymborska, la que fuera considerada por quienes instituyen el Premio Nobel como la “Mozart de la poesía”, había ya fallecido en la tranquilidad de su hogar en Cracovia, Polonia, para cuando la levitante música del genio de Salzburgo inundaba la luminosa y lejana mañana luqueña.

Nacida en julio de 1923, esta polaca adorable, de formas tímidas y temperamento poético potente, la galardonada con el Nobel de Literatura, era una fumadora  empedernida aún cuando ya rosaba las nueve décadas de vida. Murió, de hecho, de un cáncer de pulmón. “Una vez recibí una carta de varias páginas en la que una mujer me pedía que dejara de fumar. Me hubiera gustado responderle: he ido a tantos entierros de gente que nunca había fumado y que era más joven que yo... Me limité a decirle que le agradecía que se preocupara por mí”, le contó hace tres años a un periodista de El País, de Madrid, sin ningún rictus facial que denotara el miedo y la certeza de que moriría de una afección pulmonar.
Publicó su primer libro de poemas en 1952, inicialmente seducida por un realismo marcado por su cercanía, luego atenuada y desaparecida, con el comunismo. Fue distinguida con una importante cantidad de premios en su país antes de ser mundialmente famosa, hecho este último que siempre le incomodó un poco. 
En castellano, solo era poeta de antologías dispersas, y hoy se cuenta con toda su obra
poética traducida, incluso la que tiene escrita en prosa. Dos años antes del Nobel, su
coterráneo Krzysztof Kieslowski comenzó a hacerla conocida en Occidente, aunque muchos no se dieron cuenta de ello: en una escena de Rojo, la primera de la gran trilogía de películas formada también por Blanco yAzul, el director de cine incluyó la lectura de un poema que, algunos creen, pudo hasta haber inspirado el filme. Dice, en una parte, “Amor a primera vista”: “Los dos pensaron que/ un repentino sentimiento los unía./ Esa seguridad era hermosa/ aún más hermosa que la inseguridad./ Ellos pensaban que no se conocían/ el uno al otro./ Nunca había pasado nada entre ellos./ Estas calles, estos corredores./  ¿Dónde pudieron haberse conocido antes?”.
“Un lugar siempre hay vacío/ de donde qué más fácil que divisar la muerte”, dice en “Monólogo para Casandra” esta Casandra polaca, quien divisó con particular y simple ironía algunos de los temas más importantes del mundo contemporáneo y de cualquier tiempo: el amor, la soledad, la violencia.
Hoy la divisamos desde la vida en esa muerte suya, tranquila y hogareña, que quién sabe si es más vida que la nuestra: otra más desenmascarada por Szymborska con la ironía de hacernos creer que el Réquiem de Mozart suena por ella, cuando probablemente suena por nosotros, ilusos.

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