11/6/08

Entre el si y el no

Ella no sabía decir que no.
Ni a mí, ni a nadie.

Bastaba con que en la barra de un bar
una canción de Edith Piaf,
el alcohol como un reguero de sombras
la mecieran
para consumar
la alquimia del deseo.

Solamente una vez
estuve entre sus piernas.
No quise volver allí, sin embargo,
hasta aprender a hacerme hombre a golpes.

Años después,
ella está muerta,
a dos metros bajo tierra.
Nada crece a su alrededor,
excepto el pálido reflejo de la tristeza
en ciertas horas de la tarde.

En este tiempo solitario y perverso,
cuanto extraño esa afirmación de lo posible,
escondida bajo la lengua,
súbitamente despierta
para cortar de un tajo
el acre gusto del fracaso.

Es extraño:
hoy,
cuando me dicen que no,
doy media vuelta y masco entredientes, abatido,
la negación de la apetencia más torpe, más ruin.

Ella hoy está bajo mis pies,
y no comprendo cómo
pude pensar que aquello fue solo una parada
a la que no había de volver así nomás.

Me gustaría que estuviera aquí,
sentada en el banco de la plaza,
sonriente y astutamente tonta, como siempre,
para decirle que no hay peor recuerdo
que aquél, tan terrible, de Paolo y Francesca
en el libro del Dante.

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